Un teorema afirma que infinitos monos aporreando teclados llegarían, por simple azar y si tuvieran tiempo suficiente, a escribir las obras completas de Shakespeare. Algo así podría aplicarse a Ubuntu. O mejor dicho, a la idea que muchos tienen de Linux y Ubuntu. ¿Cómo pueden unos adolescentes granujientos escribiendo código desde una habitación en casa de sus padres crear un sistema operativo mejor que el de empresas respetables como Microsoft o Apple?
Veamos: Ubuntu está basado en otra versión de Linux llamada Debian, la favorita de los programadores entre los programadores de la élite linuxera. Es técnicamente impecable, pero no es fácil para un usuario normal. A pesar de eso, cuando Canonical, la empresa del millonario sudafricano Mark Shuttleworth, decidió hacer un "Linux para seres humanos", lo creó a partir de Debian.
A su vez, Debian no ha partido de cero: además del software desarrollado por sus colaboradores voluntarios, utiliza también software desarrollado por empresas como IBM o Sun, software creado por otras grandes comunidades de desarrolladores como Gnome o KDE y software creado por individuos, por técnicos cuyos principales referentes son Richard Stallman y Linus Torvalds.
Es decir, la realidad es bastante más compleja que la idea de los adolescentes granujientos aporreando teclados. Pero sigue siendo sorprendente: ¿qué ha hecho que este conjunto heterogéneo de individuos, grupos y empresas, cada cual con sus objetivos y actuando por su cuenta en lo que le interesa, haya sido más eficaz que una gran compañía multinacional con su equipo de desarrolladores, su departamento de marketing, su presupuesto de I+D y su roadmap perfectamente definido hasta el año 2010?
La respuesta puede resumirse en una sola palabra: libertad.