Hezbolá, ese partido de Dios (eso significa su nombre) que sirve a dos diablos bien distintos: la dictadura nacionalsocialista siria y la mulocracia iraní, ha vuelto a atacar a Israel desde ese país minuciosamente destrozado por los enemigos de la libertad: el Líbano.
El Líbano. Lo llamaban en tiempos "la Suiza del Mediterráneo". Luego, por obra y gracia del baazismo criminal, los asesinos de la OLP y demás ralea, degeneró hasta tal punto que el nombre de su capital, Beirut, se empleaba en los idiomas occidentales para componer metáforas alusivas a una gran devastación. Ha sido durante decenios una colonia de la Siria de los Asad, que sólo a regañadientes, y debido a la presión tanto de la calle libanesa como de la comunidad internacional, se retiró en 2005. ¿Se retiró?
Los libaneses deben volver a salir a la calle y defender su país de quienes quieren nuevamente derruirlo o someterlo. La Revolución de los Cedros no ha terminado, ni mucho menos. En juego está la mera supervivencia nacional: el Líbano o Siria/Irán/Hezbolá. No hay alternativa. A estas alturas (y con el recuerdo del asesinado Hariri aún bien vivo en la memoria colectiva) deberían tenerlo claro.