Por tercer año consecutivo, el terror vuelve a viajar en tren. Esta vez ha sido Bombay, la ciudad más próspera y poblada de la India. Hace menos de una semana se celebraba en Londres el primer aniversario de los atentados del 7 de julio, pero el terrorismo no descansa jamás, acecha sin tregua y propina su certero y cobarde golpe en cualquier lugar, en cualquier momento, cebándose siempre sobre gente inocente e indefensa. Al cierre de esta edición, el número de muertos supera las 160 personas, y es probable que, conforme avancen las horas, se vea incrementado; ya por el hallazgo de nuevos cadáveres entre el amasijo de hierros al que han quedado reducidos los vagones afectados, ya por el gran número de heridos –algunos muy graves– que han ocasionado las explosiones.
Aunque ningún grupo ha reivindicado la cadena de atentados, esta carnicería vuelve a poner de manifiesto que el terrorismo es uno de los principales problemas a los que se enfrenta el mundo actual. Un terrorismo desatado y tremendamente mortífero. No existen atajos ni soluciones fáciles para enfrentarse a él y, naturalmente, no es posible la componenda y el arreglo. Frente al terrorismo sólo cabe oponerse firmemente y combatirlo sin pausa con toda la fuerza que otorga el derecho internacional.
Este ataque no es el primero que sufre la India. Desde hace veinte años el inmenso y superpoblado país asiático padece una actividad terrorista persistente y muy sangrienta, tanto de grupos sijs como de organizaciones islámicas que reclaman la independencia de la región de Cachemira. Pero estos dos polos no son los únicos en el complejo caleidoscopio terrorista de la India. Hace pocos meses, el 28 de febrero, un atentado de un grupo maoísta ocasionó más de 20 muertos en la región de Chattisgarh. Es por esto que, hasta que alguien reivindique las bombas de Bombay, tanto el Gobierno indio como los analistas internacionales están presos del más absoluto desconcierto. Muchos han sembrado el terror en los últimos años, y todos ellos lo han hecho sin escatimar ni violencia ni muerte. Los de ayer, ¿quiénes son?, ¿qué quieren?
Sea quien sea el responsable de esta matanza, lo esencial no cambia. El terrorismo es una amenaza creciente y, acorde con los tiempos, perfectamente globalizada. Los gobiernos de todo el mundo tienen la obligación de orquestar una respuesta coherente y efectiva, adecuada también a los tiempos que corren. Si no es así, el nuevo siglo que acabamos de estrenar será el de los terroristas imponiendo su ley a placer por todo el globo. Esperar a que amaine no es una solución; rendirse a ellos, tampoco.