Parece ridículo recordar a estas alturas de la historia la relación de España con el catolicismo. País enormemente secularizado, mantiene sin embargo una tradición, una cultura y una vivencia cristiana tan indiscutible como profunda. Tal legado ha sido reconocido históricamente por el Vaticano, que ha tenido en España destino preferente para la diplomacia y los viajes papales.
Por eso para un gobierno de derechas o de izquierdas, esta característica de España es un activo diplomático que no se puede desperdiciar. Por coherencia, por sentido común y, sobre todo, por responsabilidad, el papel de cualquier Gobierno es cuidar esta relación. España no puede permitirse dilapidar su histórica relación con la Iglesia Católica, la entidad con más influencia de todo el mundo. Felipe González, aunque no siempre lo consiguió, buscó unas relaciones normales con la Santa Sede. Con el anterior Gobierno estas llegaron a ser magníficas.
Sin embargo, el deterioro de estas relaciones es una de las características de la política de Rodríguez Zapatero, analfabeta por lo demás en relaciones exteriores. En sentido general, la ignorancia diplomática ha caracterizado al Gobierno desde su primera decisión, retirar las tropas de Irak, sin pensar en las consecuencias. En el caso del Vaticano, Rodríguez Zapatero creyó que la campaña contra la Iglesia en España no tendría repercusiones visibles en las relaciones con el Vaticano.
Al pretenderlo, el Gobierno olvidó que el poder de la Iglesia no es material sino espiritual. No se encuentra en el PIB ni en el número de divisiones blindadas. El poder del Vaticano surge de los millones de católicos desperdigados por cientos de países. Zapatero creyó que podría ningunear y maltratar a los católicos españoles y que la cosa no traspasaría nuestras fronteras. Se equivocó. Al atacar a los católicos en España atacó al Vaticano. Así se marginó aún más en el mundo.
Poco arrepentido, el Gobierno buscó por la puerta trasera la imagen que no consigue por las buenas. Los esperpénticos viajes de Maria Teresa Fernández de la Vega al Vaticano para conseguir a cualquier precio una audiencia con el Sumo Pontífice y con las altas esferas cardenalicias acabaron en ridículo. Desde hace más de dos años, tal ha sido la relación del Gobierno de España con el Vaticano, relación que es la más deteriorada del conjunto de los países occidentales.
Quien siembra vientos recoge tempestades; con conciencia, premeditación y con orgullo Rodríguez Zapatero nos enfrentó con el poder material del mundo; Estados Unidos. Pero no contento con ello, lo ha hecho también con el poder espiritual. Se trata de un suicidio diplomático que ahora trata de solucionar desesperadamente, sin que se note. Su interés es resolver el asunto como sea en esta visita del Papa, para lo que ha tratado de controlar tanto la información como el acceso de los medios de comunicación. Este fin de semana, con la reunión prevista, buscará como sea una foto que vender a los españoles. Seguramente sea lo único que pueda obtener.
Pese a sus torpezas, no todo está perdido; las miles de familias españolas reunidas con Benedicto XVI ejercen este fin de semana una labor diplomática espontánea, que por lo menos salvará la imagen de España ante la Santa Sede. Al margen de ello, el Gobierno seguirá mendigando atención por la Plaza de San Pedro, confiando en la caridad cristiana que ellos tanto desprecian. Y es que nadie le hace caso. Ni el Vaticano.