El novelista Javier Marías, hijo del insigne don Julián (que en paz descanse), acaba de ser elegido académico. Nunca he entendido el evidente éxito de "Mariítas", cuya prosa es una especie de engrudo simplón y prolijo, trufado de anacolutos e impropiedades, que me cuesta trabajo digerir. Sin embargo, personas muy próximas a mí, a las que considero inteligentes y ponderadas, lo tienen por ídolo, festejan sus libros y ofician de panegiristas suyos en cuanto tienen ocasión. Esta radical y desagradable discrepancia me ha llevado a tragarme tres novelas del nuevo académico para no pecar de injusto o de prejuicioso en las controversias. Y cuanto más lo he leído, más me ratifico en mi opinión. No es que no me interesen sus personajes, sus ambientes y sus argumentos, que tampoco. Ni que deteste su técnica narrativa y su estilo, que también. Es que me aburre, y se me atraganta su desmaño expresivo y su pedantería roma y pijotera.
Pero hay que decir que en la Academia los hay peores. Aunque los hispanohablantes hayamos de reconocer los méritos históricos de la Docta Casa, lo cierto es que en los últimos tiempos ingresan en ella personajes que carecen por completo de categoría literaria. El caso paradigmático es el de Cebrián. Hace años le compuse el siguiente ovillejo:
¿Académico, decís?
¡Juan Luis!
¿Con su prosa de patán?
¡Cebrián!
¿Con su sintaxis canija?
¡El Nebrija!
Poco limpia, poco fija
y poquito esplendor da
una Academia en que está
Juan Luis Cebrián, El Nebrija.
El Nebrija era el apodo con que el llorado Jaime Campmany –al que negaron el sillón en la Academia– había bautizado al prisaico sujeto. Unos amigos me dijeron una vez, en broma, que atizándole así a Cebrián jamás iba a poder escribir en El País, recitar en la SER o publicar en Alfaguara. Por seguir la guasa, les contesté con el siguiente ovillejo palinódico (que espero que nadie tome en serio):
¿Quién es un genio, decís?
¡Juan Luis!
¿Quién es más bueno que el pan?
¡Cebrián!
¿Y qué es, aunque fue polémico?
¡Académico!
Fue el periodista totémico
que trajo la democracia
y es, por calidad y gracia,
Juan Luis Cebrián, académico.
Hay que reconocer que Javier Marías no es tan mal escritor como Cebrián –eso es difícil y tampoco hay que exagerar– y, desde luego, su éxito internacional es indiscutible, me guste o no. Eso sí, como opinador y articulista, me parece tan detestable como él. Y aun más detestable, por ser el hijo de un hombre ejemplar, eminente e íntegro como lo fue don Julián Marías, cuyo legado intelectual no hereda de ninguna manera su retoño. Sobre eso va el siguiente ovillejo, que escribí hace tiempo y que tenía guardado a la espera de una ocasión propicia:
¿Quién escribe sin saber?
¡Javier!
¿En soso galimatías?
¡Marías!
¿Y lo publica Polanco?
¡Franco!
Ni de Corazón tan blanco
ni del coñazo que da
tiene la culpa el papá
de Javier Marías Franco.
Como coda de esta especie de artículo copleado de hoy, transcribo el último cachondeíto que se me ha ocurrido sobre el personaje, en forma de redondilla:
El microbio de Cebrián
ya ha provocado epidemia...
¡Han metido en la Academia
al nene de don Julián!