Latinoamérica parece entregada al socialismo. ¿Sirvió de algo la aciaga experiencia de los 70 y 80? A juzgar por el éxito que están cosechando los populismos socialistas, no. A finales del año pasado el izquierdista Manuel Zelaya alcanzó la presidencia de Honduras, el gorila rojo logró mantener su supremacía tras las elecciones de Venezuela y el comunista Evo Morales logró hacerse con el poder político después de arrasar en las elecciones bolivianas para deleite de los parlamentarios europeos. Este año no ha comenzado mucho mejor. Nada más arrancar 2006 la socialdemócrata Michelle Bachelet ganó las elecciones a la presidencia de Chile. Luego vino la victoria de Oscar Arias en Costa Rica y hace apenas un mes el triunfo del infausto socialista y corrupto Alan García en Perú frente Ollanta Humala, un candidato aún más inquietante si cabe.
Fidel Castro, Hugo Chávez y Lula da Silva deben estar frotándose las manos. El proyecto que diseñaron hace años en el Foro de Sao Paulo se va cumpliendo sin prisas y sin pausas. En los próximos meses puede que hasta veamos como el ex dictador sandinista Daniel Ortega vuelve a ocupar la presidencia de Nicaragua y no sería de extrañar que en Ecuador asistamos a otra vuelta de tuerca socialista. Pero para lograr su objetivo, convertir a América Latina en la plataforma mundial desde la que relanzar el comunismo a nivel internacional, México debe unirse al club del socialismo real. Y eso es, por desgracia, lo que puede ocurrir si Andrés Manuel López Obrador gana las elecciones.
En efecto, en México se juega un "mundial" muy peculiar en el que, si las encuestas aciertan, la libertad individual de millones de seres humanos será la gran derrotada. López Obrador, el candidato del partido de la revolución democrática pertenece a esa generación de políticos autoritarios que aprendió de la caída del muro de Berlín una única lección: cómo hacer más eficiente el control económico del país; lo que a los ojos de los incautos les da un aire de socialistas moderados. Para ello espera contar con la colaboración del empresariado nacional e internacional. Y es que las nacionalizaciones ya no se llevan si luego hay que gestionar la empresa nacionalizada. Por eso se limitan a expropiar fuentes de energía como los hidrocarburos donde la generación de rentas es cosa de coser y cantar y donde las empresas privadas se apelotonan solicitando un pedacito de pastel a cambio de sus servicios. El resto de las industrias se reglamentan tan estrechamente que son dirigidas desde el poder político con unos gestores privados que viven en la ilusión de ser los dueños de la empresa.
Se trata de crear un pacto tácito a través cual el poder político dispone y los empresarios ponen la mano a fin de mes. Algo parecido a lo que ocurría en la Alemania del Nacional Socialismo. Por eso López Obrador ha dicho a los empresarios que no tienen que tener miedo y que, muy al contrario, van a ver como se encuentran en una situación mejor y más segura que en la que en la que se desenvuelven actualmente, siempre al albur de los caprichos del consumidor. Los que realmente tienen que tener miedo son los ciudadanos, que han sufrido durante años a unos políticos que llevaban a cabo privatizaciones sin entender ni saber explicar por qué lo hacían y ahora tienen que soportar a los que, como López Obrador, saben perfectamente por qué no quieren más propiedad privada que la meramente formal. ¿Dejaremos de tropezar algún día en la piedra del socialismo?