Dar consejos es fácil y con frecuencia inútil, pero el caso es que si yo fuera el PP tendría muy claro cómo responder a la campaña de agresiones que sufre en Cataluña. Tal vez porque la crianza en la izquierda le enseña a uno a no permitir que el adversario, y éste es enemigo declarado, le robe un palmo de terreno, y mucho menos que le expulse del espacio público. Así que por cada boicot, por cada ladrido y cada dentellada que lanzan esos perritos azuzados por sus amos, convocaría actos de repulsa y en defensa de la libertad. Delante de todas sus sedes, con sus militantes, sin más complicaciones. No ya en Cataluña. En toda España. Por cada desmán del grupo salvaje, cientos de demostraciones civilizadas. Si no quieren caldo, dos tazas. Si te pretenden callar, doble ración de hacerte oír. Veríamos entonces a quién le salía más cara esta cacería del no nacionalista. Pues la jauría de matones de paja la han soltado los señoritos que cabalgan en la distancia mullida de las moquetas del poder. Lo han hecho con sus incitaciones, sus justificaciones de la violencia, su silencio cómplice. Se trata de una elemental y clásica división del trabajo.
Yo haría eso. Lo mismo que hicieron los Ciudadanos de Cataluña en Gerona, pero multiplicado por mil. Que tomen ejemplo de ellos, porque hasta ahora el PP se ha comportado como si viviera bajo el síndrome de la mujer maltratada. Como si sufriera ese proceso patológico de adaptación a las agresiones, por el cual la mujer soporta la violencia de su pareja con la esperanza de librarse de males mayores. Y no es así, sino todo lo contrario. Ni en la violencia contra las mujeres, ni en la política. La pasividad y la evasión conducen al peor de los destinos. Nada excita más el sadismo de quienes disfrutan acosando y pegando al indefenso que éste se esconda para ver si no le pillan. Nada les pone más que sentir que la víctima se rebaja. Y en esta historia, no está en peligro la vida, pero sí la libertad. La de todos. Bien vale la causa que le manchen a uno el traje. A fin de cuentas, estos embriones de Sturmabteilungen son, de momento, caniches de papel que prueban su escaso valor asustando a los ancianos.
El problema del PP es que esto no acaba de empezar. Y que, cuando empezó, no hizo nada. Mejor dicho, lo hizo todo mal. La escalada de agresiones verbales debía de haberles puesto sobre aviso, pues tras el trueno viene siempre la descarga, o sea, la paliza. Pero si les quemaban, pintaban o apedreaban las sedes cuando lo del Prestige y lo de Irak, quitaban el rótulo y pasaban a una especie de clandestinidad. La noche del 13-M, cuando vieron rodeadas cientos de sus sedes, algunos, en el interior, se echaron a llorar. Ya era tarde. Los que afrontaron conatos de agresión no recibieron el respaldo activo de su partido. Si hubo denuncias, nunca más se supo de ellas. En suma, el PP ha dado la impresión de ir plegando velas ante las intimidaciones, de aceptarlas como una cruz que le ha tocado llevar. No, mejor no enrarecer más el ambiente. No, mejor no enfadarlos más. No, mejor pasar desapercibidos. Entonces, aún podía justificarse la actitud. Estaban en el gobierno. Pero ya no hay escapatoria que valga. Es que van a por ti. Y a por más.