La cadena MTV lanzó hace días un vídeo en el que una supuesta asociación carpetovetónica hacía un canto a la castidad durante el noviazgo. Cuatro jóvenes frikipijos, dos chicos y dos chicas, interpretaban la ya famosa canción para regocijo de la audiencia. "Amo a Laura, pero esperaré hasta el matrimonio", cantan en una de las estrofas, en medio del descojone general.
La campaña ha sido un éxito brutal, con el vídeo encabezando las listas de los más descargados de internet. Pero no se trata de una apuesta arriesgada que cuestione lo establecido con sentido del humor –ante lo que cabría quitarse el sombrero, en honor al ingenio de sus creadores–, sino de un canto que no desafina lo más mínimo entre el balido general del rebaño. Esa ha sido precisamente su virtud, identificar una idea compartida por los consumidores de cultura de masas y exaltarla ridiculizando la concepción opuesta. A remolque del famoso vídeo ha aparecido una versión pornográfica, en la que sus autores, con la riqueza léxica característica de las generaciones LOGSE, sustituyen la primera parte del título original por el presente de indicativo del verbo "petar". Viva la filología.
La idea central de la campaña en conjunto, es despojar al sexo de todo condicionamiento moral y hacer de la promiscuidad un valor deseable acorde con los tiempos. La clave es desmontar la idea de la responsabilidad. Los jóvenes que practican el sexo indiscriminado, al contrario que los de mi generación, no tienen ya que preocuparse por las consecuencias de su decisión personal. Para eso ya está Papá Estado, que primero les prepara para las relaciones sexuales en la preadolescencia, enseñándoles a colocar un condón en un pene de plástico, y más tarde les proporciona los métodos para solucionar los pequeños inconvenientes que a veces ocurren, como los embarazos no deseados.
Muchos papás, por aquello de no parecer carcas, se habrán reído también un huevo al mostrarles sus hijos el famoso vídeo. Cuando su nena aparezca en casa con un bombo de padre y muy señor mío (nunca mejor dicho), quizás tras una noche de alcohol callejero bordeando el coma etílico, la risa probablemente sea menos estridente. Según las estadísticas del Ministerio de Sanidad y Consumo, por otra parte infraponderadas según reconocen las propias autoridades, una de cada cien jóvenes menores de 19 años acaba abortando cada año en España. Más de diez mil lauritas desfilando anualmente con sus papás camino del abortorio, perdón, quise decir "la clínica especializada en salud reproductiva", es quizás un argumento para tratar con más respeto a los que opinan en contra de esta seudomoral tabernaria impuesta por el socialismo a través del sistema educativo. Además, puesto que los abortos los pagamos entre todos (casi la mitad se practican en centros públicos o a través de concertación con clínicas privadas), incluidos los que abominamos de esta práctica, no parece muy ético que encima de sacarnos el dinero se rían en nuestra cara.
Cuando el Estado deje en paz a nuestro bolsillo y los papás asuman la responsabilidad completa de las travesuras de sus lauritas, que hagan las campañas que les de la gana. Mientras tanto, coño, un respeto.