Extrañas carambolas crea la política. Durante años, uno de los grandes caballos de batalla del nacionalismo catalán fue echar a la Guardia Civil del Principado. Era una cuestión de principios, "fuerzas de ocupación" les llamaban los más exaltados, los convergentes de antaño que allanaron el terreno a los esquerristas de hogaño. Cuando la Guardia Civil terminó por marcharse, los diputados catalanistas no tuvieron siquiera el detalle de agradecerles los servicios prestados durante siglo y medio. Pero, como la vida tiene estos caprichos, muy poco tiempo después de aquello, 367 agentes de la Benemérita han tenido que volver a Cataluña. Lo han hecho a petición de los que ayer no quisieron ni darles las gracias. Es de esperar que esta vez tampoco lo hagan. Ellos son así.
Lo más curioso de todo en este asunto es que los guardias civiles han viajado a Cataluña de puro milagro. Si les llaman dentro de unos meses, los que no hablasen catalán no podrían ir, aunque quisieran, aunque su presencia fuese tan importante como ahora. Absurdo, ¿no? Los catalanes pueden ir agradeciéndoselo al Estatuto, por anticipado.
EDITORIAL
Guardia Civil de ida y vuelta
Si les llaman dentro de unos meses, los que no hablasen catalán no podrían ir, aunque quisieran, aunque su presencia fuese tan importante como ahora. Absurdo, ¿no? Los catalanes pueden ir agradeciéndoselo al Estatuto, por anticipado
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