Quizá Pascual Maragall nunca debería haber formado gobierno. Perdió las elecciones, y para ser president cedió a las pretensiones de ERC con menos resistencia de la debida y esperada. Idearon entonces una reforma del Estatuto catalán que le pusiera difícil la vida a un previsible gobierno Rajoy. Con la simple consigna de "Todos contra el PP", nunca imaginaron que el Estatuto llegara a tanto y Maragall a tan poco. Qué decepción.
Aquel socialista burgués que no pudo derrotar a Pujol era el líder de la izquierda catalana; no de la catalanista. Y junto a él se arroparon los votos de los charnegos, de esos que votarían a Ibarra o a Chaves si aún vivieran en el Sur; o simplemente de esos que deseaban la alternancia política en Cataluña. Pero ha sido el cambio de un nacionalismo por otro visiblemente peor. No ha aguantado ni una legislatura. Y es que las decisiones ya se le escapan. Diecinueve días después de la crisis de gobierno, con nuevos consejeros de ERC, son despedidos a instancia de Artur Mas y Zapatero.
Lo que queda en el fondo es una enorme decepción. Los socialistas de Maragall iniciaron un viaje que ha roto la trayectoria socialdemócrata tibia y española del PSOE. Porque fuera de las estridencias de portavoces y secretarios de organización, desagradables pero normales, el socialista era el partido de la izquierda española. Pero han iniciado un cambio de régimen que ha roto la conciliación con el otro gran partido, el PP, y cuyos términos se desconocen, y han creado un PSOE para un Estado nuevo. Las señas de identidad socialistas las han dejado en la guantera del coche oficial, y sólo las sacan en caso de accidente.
Y el poder ha pasado a manos de Mas, de CiU, que confiesa que se "ha limpiado la atmósfera de Cataluña". Porque sabe que hoy ha ganado en Barcelona y en Madrid, y que en ambos lugares sustituirá a ERC. Conoce que el poder llama al poder, y que ganará otra vez las elecciones. La posibilidad de alternancia en Cataluña se habrá así perdido. Quedará una vez más en la opinión pública que en las comunidades autónomas con un partido nacionalista fuerte sólo él puede gobernar.
Maragall no puede asistir al inicio de lapsoevergencia, que dice Carod, porque sería vivir un fracaso personal y político: los socialistas habrán devuelto al poder a CiU. Pero ahí no acaba todo. El referéndum del 18 de junio será una nueva victoria del nacionalismo, tanto si es afirmativo como negativo. El actual Estatuto está muerto. La correlación de fuerzas que salga de las elecciones será beneficiosa para los nacionalistas, porque todos, salvo el PP, lo son. Y el gobierno Zapatero se ha comprometido con una reforma estatutaria, porque de ello depende el aislamiento de los populares. El camino no tiene vuelta atrás, sólo peajes.