Natan Sharansky, el disidente ruso condenado en Siberia cuyo libro sobre la democracia es recomendado por Bush, criticaba a éste que en su cruzada por llevar la democracia a Oriente Medio se haya centrado más en las urnas que en las instituciones que permiten que esas urnas sean algo más que una mera elección entre tiranos. Eso, y no otra cosa, es lo que ha permitido que en Palestina gobierne ahora Hamas tras la muerte de Arafat, o que en Cataluña el tripartito haya sustituido a CiU.
Y es que Cataluña, junto con el País Vasco, es uno de los pocos lugares de España donde aún no se ha completado la transición a la democracia. La misma casta política nacionalista lleva dirigiendo los destinos de la región desde la muerte de Tarradellas, con resultados bien visibles. No hay casi fin de semana en que no haya que dar la noticia de una agresión o de un acoso a una sede del PP, similares a aquellos que se extendieron el 13-M a toda España y que Zapatero, su impulsor, se negó siempre a condenar. Sin embargo, jamás logramos publicar noticia alguna que refleje alguna medida legislativa o ejecutiva favorable a la libertad de aquellos que no comparten el pensamiento único nacionalista. Al contrario, todo es persecución al diferente, ya sea por hablar en castellano o por cometer el pecado nefando de querer vender toros y flamencas en las tiendas de souvenirs. Y los medios de comunicación del oasis, adecuadamente engrasados en la subvención y el halago del poderoso, colaboran estigmatizando y haciendo inconfesable cualquier postura "anticatalana", es decir, antinacionalista.
Nadie tenía interés en un nuevo Estatuto de Autonomía en Cataluña, que ampliase los poderes de sus gobernantes reduciendo aún más los mecanismos con que la sociedad civil puede intentar controlarlos. Tan sólo unos políticos que no representan a los catalanes de a pie, a esa Cataluña real cuyas aspiraciones no distan mucho de las del resto del pueblo español, esa Cataluña que se preocupa de problemas reales como el paro o la inmigración. Pero la agenda del nacionalismo que ya nadie denomina como "moderado", colocada en el centro de la vida política nacional gracias a los crímenes de ETA, ha triunfado gracias a un Zapatero cuyo máximo interés es exportar ese régimen asfixiante al resto de España.
Aunque el tripartito se deshaga, ahogado en sus propias contradicciones, el régimen permanecerá intacto. Y contará con una herramienta que le permitirá extender el control de la sociedad catalana del que ya disfruta, con mayores competencias y muchas menos trabas. Mientras tanto, en el resto de España, con la Constitución huérfana de todo significado, el proyecto de Zapatero de destrucción del PP y construcción de un régimen de partido único sigue firme y en el rumbo correcto.