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José García Domínguez

La razón contra el pensamiento cautivo

Si algo no fue nunca Jean-François Revel es un ideólogo. Al contrario, toda su obra supuso una denuncia constante de esas cárceles del pensamiento que los diccionarios llaman ideologías.

La gran ventaja de ser de izquierdas, solía decir Revel, es que la certeza sobre la bondad moral de las posiciones propias está al alcance de cualquier imbécil: basta y sobra con ser antiamericano siempre; pase lo que pase y ocurra lo que ocurra. De ahí que el autor de La obsesión antiamericana, seguramente, no se hubiese extrañado por el tono general de las necrológicas que le dedicaron ayer en la Prensa. Y es que les dio por echar tierra sobre su memoria, sentenciando que había muerto un ideólogo del neoliberalismo. ¿Qué otro epitafio podría hacer más honor a quien encabezó un ensayo sobre el periodismo con esta frase clarividente: "la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira"?

Y sin embargo, si algo no fue nunca Jean-François Revel es un ideólogo. Al contrario, toda su obra supuso una denuncia constante de esas cárceles del pensamiento que los diccionarios llaman ideologías. Claro que fue liberal y claro que combatió al socialismo de forma "visceral y obsesiva" a lo largo de toda su vida, tal como ahora repiten a coro todos los que no han leído ni las solapas de sus libros. Pero, por utilizar sus propias palabras, la "obsesión" que lo llevó a combatir al socialismo nada tenía que ver con una ideología, pues fue la misma que antes lo empujara a enrolarse en la resistencia contra el nazismo: la fijación constante, "visceral", "obsesiva" por el respeto a la dignidad del ser humano.

En realidad, la lección más importante que aprendimos de él fue precisamente ésa: que nos enseñara a desconfiar de las ideologías, de todas las ideologías. Porque la gran deuda que tenemos contraída con Revel, la que nunca le podremos pagar, es que nos pusiese en guardia contra todos esos encantadores de serpientes que siempre prometen hacer feliz a la Humanidad; contra la legión infinita de los ingenieros de almas que no tienen bastante con haber cavado los cien millones de tumbas de sus sociedades perfectas en los cementerios de la utopía durante el siglo XX.

Pero eso, el que no fuese un ideólogo, su principal virtud intelectual, es algo que los socialistas están fatalmente incapacitados para comprender; no pueden concebir que el liberalismo no sea también una ideología, otra que simplemente se opone a la suya. Castrados por la fe en sus dogmas apriorísticos sobre la realidad, siempre les resultó inadmisible la irreverencia de un pensamiento tan impertinentemente libre de prejuicios, como el suyo. Que la tierra les sea propicia. La obra de Jean-François Revel seguirá viva cuando ya nadie recuerde ni que existieron.

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