El PNV aún mantiene la peregrina idea de que los vascos se opusieron a la Constitución de 1978, pese a recibir un claro voto favorable en las tres provincias vascongadas, el 63,9% en Guipúzcoa, el 70,8% en Vizcaya y el 71,3% en Álava. Pero es que el partido del racista Sabino Arana, tras acordar un Título VIII que consagraba un estado de las autonomías que no gustaba ni a la población ni a los políticos no nacionalistas, mostró su gran capacidad para el diálogo, el entendimiento y el consenso oponiéndose a lo que había negociado. Pero como sabía entonces que perdería si apoyaba el voto negativo, propugnó la abstención.
Comenzó entonces la curiosa costumbre nacionalista a la hora de contar los votos, que consiste en apropiarse para sí de todo aquello que no tiene un dueño claro. Para los nacionalistas vascos, absolutamente todos los abstencionistas, en realidad, eran votantes suyos que les obedecieron quedándose en casa. Es una extraña concepción de la democracia, en la que quienes no expresan ninguna opción mediante su voto, en realidad sí lo hacen; siempre y cuando pueda encontrarse alguna excusar para apuntarlo en la cuenta del nacionalismo. No obstante y pese a ello, cuando se han hecho cálculos más serios tomando como abstencionistas que siguieron las consignas del PNV a quienes sí votaron en las elecciones inmediatamente posteriores, el "sí" seguiría triunfando en las provincias vascongadas.
Pero eso no deja de ser una anécdota, porque contar con los votos que no se emiten, o con los votos en blanco o nulos, como papeletas metidas en una urna a favor de una opción específica muestra poco respeto por la democracia. El grado de abstención puede ser fuente de opiniones de diverso tipo, especialmente referidos al grado de interés de los ciudadanos sobre el asunto que motiva el referéndum o la institución para la que se eligen representantes. Pero no para variar el sentido del voto expresado en las urnas; al menos, no en el caso de quienes sean demócratas. Un alto grado de abstención o un menor apoyo al estatuto de Zapatero y Mas que al vigente en Cataluña indicaría un grado menor de consenso entre la sociedad catalana, pero no invalidaría el resultado.
No es de extrañar, por tanto, que fuera Batasuna quien recuperara esta rancia iniciativa antidemocrática tras su ilegalización como parte de la banda terrorista ETA que es. Entonces, y hasta su legalización encubierta a través del PCTV, exigieron votos nulos para contarlos como propios. Ahora, otra formación con amplio pedigrí "democrático" como ERC recupera esta idea. Pide a sus votantes que opten por el voto nulo pero reconoce "la diversidad de formas críticas" al nuevo Estatuto, entre las que incluyen además el voto negativo y el voto en blanco. Es decir, Carod quiere apropiarse para sí de todo lo que no sea un apoyo explícito, y no alude a la abstención porque se prevé tan amplia que ni siquiera sus seguidores más sectarios se tomarían en serio la propuesta.
Por una vez, estamos parcialmente de acuerdo con Manuela de Madre, que ha calificado este comportamiento como propio de "las derechas antidemocráticas". Es, efectivamente, una actitud acorde con quienes no creen en la democracia. El problema es que, en España, ese desprecio por la peor forma de gobierno posible, si se excluyen todas las demás, no es especialmente propio de ninguna derecha, extrema o no, sino del nacionalismo con el que ella y su partido pactan. El nacionalismo en el que ella y su partido militan. Por eso, no resulta nada extraño que, tras declarar alto y claro su indignación con la actitud de ERC, el tripartito siga tan unido como siempre. Y es que en unas tragaderas suficientemente amplias como para dejar pasar Perpiñán y el Tinell, no cabe predecir problema alguno para ingerir cualquier otra cosa.