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Antonio Robles

¡Ciudadanos de España, uníos!

El catalanismo es un pozo de virtudes, el españolismo un nido de fachas; Cataluña, Galicia o Euskadi son palabras hermosas para llevarlas cerca del corazón y España, exabrupto propio de inquisidores y centralistas cutres, casposos, lolailos y clericales.

Vivo en un extremo de España donde nombrarla es sospechoso. No me pregunten por qué o sospechoso de qué. Por mi parte sólo puedo alegar que hoy España es la garantía constitucional de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Me explicaré: la desorientación de la izquierda después de la caída del Muro de Berlín ha encontrado sosiego en conceptos e ideas propios del pensamiento débil, convirtiéndolos en dogmas de fe. No se sabe bien por qué "descentralizar" es siempre bueno y "centralizar" malo. Acercar al ciudadano la gestión de determinados problemas sociales puede ser bueno, pero de otros muchos muy malo. ¿Ha sido bueno descentralizar políticamente las competencias sobre incendios? No. Los acontecimientos de Guadalajara demuestran que el celo político de una autonomía impidió que otras, o el Estado, actuaran coordinadas y de inmediato. Resultado, 11 muertos. Fíjense en Marbella: cuanto más pequeña llegue a ser la gestión política, más probabilidades hay de corrupción endogámica.

Descentralizar la gestión puede ser bueno casi siempre, pero descentralizar la autoridad política sobre la gestión es casi siempre malo. La razón es a la vez comercial, porque ahorra costos y aumenta la eficacia, y científica, porque la evaluación de una hipótesis exige tener la totalidad de los datos para comprobar su veracidad o conveniencia. Y también es más cómoda: ¿quién prefiere una Seguridad Social troceada que obligue al ciudadano a papelear permisos para poder ser atendido cada vez que sale de su comunidad de vacaciones? ¿Qué ganaríamos si mañana hubiéramos de enseñar el pasaporte en la frontera del Ebro cada vez que quisiéramos visitar nuestro pueblo?

Otro concepto es el de "pluralidad". Puede ser bueno para respetar diversas ideas, pero puede ser muy malo si su existencia exige trocear los criterios comunes que garanticen los derechos jurídicos universales de una comunidad. Es el caso de los tribunales de Justicia. Para qué creen ustedes que los nacionalistas catalanes quieren tribunales de Justicia propios, ¿para acercar la justicia a los ciudadanos? La mano de la ley, cuanto más lejos esté del entorno familiar y étnico, mejor. Y si no, recuerden cómo actúan determinados tribunales en el País Vasco en determinados casos, con determinada gente. O fíjense en el Fiscal General de Estado, Conde Pumpido, cuánta independencia judicial muestra frente al Gobierno. La connivencia entre el poder político y los jueces se impide mejor cuanto más alejado esté el uno del otro.

La lista de conceptos es interminable, pero todos tienen una característica común, si caen en el ámbito del Estado son malísimo por el mero hecho de ser Estado y buenísimos si pertenecen al de las autonomías, nacionalidades y naciones. Por ejemplo, el catalanismo es un pozo de virtudes, el españolismo un nido de fachas; Cataluña, Galicia o Euskadi son palabras hermosas para llevarlas cerca del corazón y España, exabrupto propio de inquisidores y centralistas cutres, casposos, lolailos y clericales; el toro, símbolo imperialista, el burro, dócil y abnegado, laborioso y víctima, como el pueblo catalán. Adivinen ustedes quién le explota y le maltrata.

Dice Pascal que el corazón tiene razones que no conoce la razón. Muchos ciudadanos españoles exiliados en nuestra propia patria compaginan corazón y razón. Intuimos con el corazón lo que la lógica de la razón nos asegura constantemente: Sólo el defensor del pueblo español nos puede proteger contra las reglas feudales del Sindic de Greuges (defensor del pueblo catalán), sólo el Tribunal Supremo y el Constitucional nos puede defender de las artimañas étnicas de tribunales y sistemas educativos reducidos a extensiones políticas de los nacionalistas. Sabemos que en determinadas autonomías seremos ciudadanos de segunda, súbditos incluso cuando de lengua y cultura se trate, y sólo la patria grande, la constitucional, la que no reconoce particularidad ni privilegio en ninguno de sus ciudadanos será la que nos garantice la igualdad efectiva. Lo mínimo que se le puede pedir a un Estado de Derecho es igualdad entre todos sus ciudadanos.

Hoy, sólo España nos garantiza de verdad ser ciudadanos iguales ante la ley. Por eso, lo más progresista, lo más moderno, lo más igualitario, lo más de izquierdas ( si se pudiera recuperar su concepto ilustrado) y a la vez lo más liberal es la reivindicación de España.

¡Ciudadanos de España, uníos! Parece ingenuo; no se equivoquen, no va dirigido a vuestros corazones, sino a vuestra razón y a vuestros intereses; juntos podríamos impedir el saqueo interesado del Estado de Derecho por parte de castas predemocráticas llamadas nacionalistas. Cuatro ideas predemocráticas, casi feudales, se han implantado por la tozudez y la determinación de cuatro iluminados; demasiada autonomía, más la manipulación escolar y mediática, y el terror en el caso del País Vasco, han triunfado en un tiempo histórico con hombres de Estado faltos de carácter y excesivo complejo de españoles.

Creo que hay que volver a armarse de conceptos intelectuales que nos ayuden a desenmascarar esta infantilización de la política. Y reivindicar España.

En España

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