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Pablo Molina

No a la guerra, sí a la lactancia materna

El concepto de nación aguarda ahora expectante a que ZP lo asperje con el rocío de su solvencia. De momento sólo sabemos que en España hay la tira de naciones, aunque la del presidente sea simplemente "la libertad" (toma ya).

Así como Descartes supuso el punto de inflexión que cambiaría el rumbo de la Filosofía como ciencia milenaria, ZP es el personaje que la Historia tenía reservado a la Humanidad para llevarla de las brumas de lo contemporáneo al esplendor de lo postmoderno. Desde el mundo antiguo hasta la Edad Media, con Aristóteles y Santo Tomás como puntales, la filosofía partía de la base de la existencia de una realidad, una verdad, a la que el ser humano podía acceder a través de los sentidos y la razón. "Es imposible que lo mismo sea y no sea al mismo tiempo", sentenció el preceptor de Alejandro Magno (me refiero a Aristóteles, ministra). "Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensus", sentenció a su vez el santo de Aquino. Descartes acaba con la era del realismo y da inicio a la del idealismo filosófico, fundando su sistema sobre bases enteramente nuevas tras despreciar toda la sabiduría acumulada por sus antecesores a excepción de las matemáticas. Los sucesores del padre del racionalismo continuaron por esa senda hasta llegar a nuestro ZP y su particular cosmovisión, un nuevo bucle ascendente en la historia del pensamiento.

Probablemente Carmen Calvo, gran estudiosa de Wittgenstein (cada vez que le preguntan qué libro está leyendo, responde "El movimiento del pensar") en cruel detrimento de Aranguren, pensador oficial de la socialdemocracia posmoderna, no esté de acuerdo conmigo, pero es que la lectura del filósofo vienés suele nublar el juicio de los más atrevidos, dada su peculiar forma de escribir, casi oracular, sólo apta para ser entendida por colosos intelectuales, como la propia ministra. Bien pensado, Wittgenstein es otro excelente mojón para apoyar las líneas maestras del pensamiento zapateril, pues también aquél se enfrentó a los problemas de su tiempo negando por principio cualquier legado de la filosofía tradicional ―"una especie de muerte en vida"― y reinventando todo su sistema desde cero con un lenguaje sólo apto para iniciados, sin que jamás se considerara impelido a justificar ni lo uno ni lo otro. También como ZP.

En el ordenamiento intelectual de ZP no hay lugar tampoco para el sedimento de las experiencias acumuladas por sus antecesores. Pero a diferencia de los cartesianos, el presidente surgido del 11-M funda su sistema, no en la negación expresa de lo conocido, sino a través de una perversión atroz del lenguaje. La guerra de Irak fue la de las cuatro íes (ilegal, inmoral, injusta e ilegítima) hasta que ZP llegó al poder y retiró las tropas para volver a mandarlas de tapadillo; a partir de ahí las cuatro íes de esa guerra se convirtieron en las iniciales de inexistente, invisible, imaginaria e irreal. El Prestige fue una canallada del gobierno del PP aunque sólo murieran unos centollos; el incendio de Guadalajara, con once víctimas humanas, fue en cambio sólo mala suerte ("una racha de viento y ¡plaf!") que ya hay quien duda de que una vez ocurriera. El concepto de nación aguarda ahora expectante a que ZP lo asperje con el rocío de su solvencia. De momento sólo sabemos que en España hay la tira de naciones, aunque la del presidente sea simplemente "la libertad" (toma ya). Y en cuanto a la paz, seguimos esperando los resultados de la tormenta de ideas convocada por ZP con los terroristas de la ETA. Eso sí, todos la mar de contentos.

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