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Juan Manuel Rodríguez

Raúl y una anécdota de Napoleón

Una cosa es que Raúl no esté físicamente bien, y otra bien distinta es que nos pongamos a jugar distraídamente con las cosas de comer.

Lo que le faltaba a Fernando Martín. Por si retumbaran poco los tambores de guerra, un "troloide" británico dice ahora que Rafa Benítez quiere fichar a Raúl González Blanco para el Liverpool. A Martin Lipton (sí, como el té) le han dejado escribir en el sensacionalista Daily Mirror que Benítez estaría encantado de quedarse con Raúl (por un precio simbólico, por supuesto) si éste formara parte de esa "política de renovación" anunciada a bombo y platillo por el nuevo presidente del club. Y con esta historia del "troloide" británico ocurre algo muy similar a lo acontecido en su día con aquella otra anécdota que tuvo como protagonista principal a Napoleón Bonaparte y que, con el permiso de todos ustedes, paso a relatar a continuación.

El día antes de que Napoleón fuera a entrar en un pueblo de Zaragoza, uno de sus generales, pongamos por caso Dupont, hizo acto de presencia en el ayuntamiento y pidió hablar urgentemente con el alcalde. "Mañana", le advirtió severamente, "en el preciso instante en que el séquito del Emperador cruce por su pueblo, dará usted las órdenes oportunas para que repiquen con alegría las campanas de la iglesia". Sin embargo, al día siguiente, el único homenaje triunfal que se encontró Napoleón fue un silencio sepulcral. El general ordenó arrestar al alcalde y, una vez en su presencia, le espetó lo siguiente: "¿Por qué no han sonado las campanas como le ordené?". El alcalde, muy tranquilo, le contestó esto otro: "Podría darle a usted cien razones para ello. La primera es que nuestra iglesia no tiene campanario. Sobran, por tanto, las otras noventa y nueve".

Lo mismo pasa con Raúl. A Lipton (sí, como el té) podría darle en este preciso instante, una detrás de otra, cien razones por las que el capitán del Real Madrid no se moverá de aquí. La primera es que, si a Martín se le pasase algo parecido por la imaginación, le correrían a gorrazos Castellana arriba y, luego, Castellana abajo. Y no estoy pensando precisamente en Ramón Calderón. Sobran, por tanto, las otras noventa y nueve. Una cosa es que Raúl no esté físicamente bien, y otra bien distinta es que nos pongamos a jugar distraídamente con las cosas de comer. La noticia no tiene ni pies ni cabeza, pero, por si quedara alguna duda, he querido tranquilizar también a mi amigo Dieter Brandau. No quiero brechas en el raulismo militante, y mucho menos admito que el último raulista vivo dude del penúltimo, o al revés. Sólo quedamos tú y yo Dieter. Barbilla arriba... Pecho dentro... Y al Lipton ése que le den dos duros.

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