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EDITORIAL

La insostenible farsa españolista

Si la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, nosotros no vamos a denunciar las viciadas alianzas de Zapatero presentando como virtuosa la hipócrita actitud de Bono durante todo este tiempo

Un emotivo “¡Viva España!” ha cerrado el no menos fervoroso discurso en defensa de la bandera española con el que José Bono se ha despedido de su cargo al frente del Ministerio de Defensa. No sabemos si Bono será el ministro que más veces ha pronunciado “España”, tal y como le ha señalado el JEMAD en el acto de despedida. Lo que sí sabemos es que la alianza con una formación separatista no fue impedimento para que el político manchego aceptara en su día formar parte de este Gobierno. Quien tan fervorosa defensa hace de la bandera española no le importó el apoyo de quienes consideraban, y consideran, a esa enseña, “la bandera del enemigo”. La más elemental coherencia con sus supuestos principios políticos hubiera llevado a Bono a no aceptar un cargo en un gobierno que exigía tener como compañero de viaje a quienes, como Carod Rovira, pidieron a los etarras que, "antes de atentar contra España", se “situararan en el mapa, porque Cataluña no es España”.
 
Que Esquerra Republicana haya servido de Celestina a Zapatero para alcanzar, finalmente, un pacto todavía más repugnante con la propia ETA, no ha provocado en Bono el más mínimo reproche hacia el gobierno del que ha formado parte durante estos dos históricos años. Tan cierto como que José Bono expresaba el pasado 15 de marzo su “incomodidad” ante el hecho que “en España quepan varias naciones y varios himnos nacionales”, es el hecho de que el ministro no ha dejado su cargo sin antes votar a favor de esa delirante impostura inconstitucional.
 
Se supone que alguien que como Bono es consciente de que  “nación significa soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria” –tal y como ha señalado el ministro en su acto de despedida- condicionara su continuidad en el cargo a que el Gobierno rechazara semejante pretensión del estatuto catalán. Lo cierto, sin embargo, es que el ministro ha dejado a Zapatero que administre su renuncia; renuncia que Zapatero no ha hecho efectiva hasta que el PSOE –con el voto favorable de Bono– ha respaldado semejante pretensión soberanista de los nacionalistas catalanes.
 
Si la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, nosotros no vamos a denunciar las viciadas alianzas de Zapatero presentando como virtuosa la hipócrita actitud de Bono durante todo este tiempo. A otro perro con ese hueso. El discurso que ha mantenido durante todo este tiempo no ha sido más que el propio de una farsa españolista con la que encubrirse y encubrir a un gobierno dispuesto a pactar con ETA, aunque sea al precio de admitir varias naciones que, ciertamente, implican varias soberanías.
 
Si la farsa de la paz ha venido ahora a sustituir como anestésico a la farsa patriótica de Bono, el ministro tiene poco más que ofrecer como hoja de servicios. Bono ha sido tan cicatero en las explicaciones del accidente de los helicópteros en Afganistán como pródigo en su populista verborrea contra su antecesor en el cargo a propósito del accidente del Yak-42. No menos demagógica y dañina para el espíritu castrense ha sido su empeño en presentar al Ejecito como una ONG pacifista hasta la muerte. Dejando al margen del consenso al PP, José Bono sacó adelante la ley de Defensa Nacional con el sectarismo propio de su gobierno. El sistemático uso de la mentira propio de este gobierno también se evidenció en Bono a la hora de ocultar el apoyo de fragatas españolas al ejercito americano en Irak, por no recordar su participación en la rubalcaniana ocultación del informe en el que la Guardia Civil alertaba de la muerte de 1.700 subsaharianos en aguas del Atlántico.
 
En definitiva, el historial de Bono ofrece poco de lo que sentirse orgulloso, por muchas veces que se le haya oído propunciar la palabra “España”.

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