Cada uno tiene sus obsesiones. Y algunas son bien curiosas. Zapatero está dale que dale con la II República, bucólico régimen que condujo a la confrontación entre españoles y a la guerra civil, pero que tuvo la virtud de concederles el voto a las mujeres, pese a la fiera oposición ¿de quién? Del PSOE. Esquerra acaba de revelarnos que no concilia el sueño mientras no le pongan en Madrid una calle a Alcalá Zamora, que era ¿quién? Quien presidía la República contra la que se sublevó su héroe Companys en octubre de 1934. Y De la Vega, que tiene la manía de los modelitos, que aún no sabemos quien paga, se ofusca en el guardarropa y se olvida ¿de qué? De que su correligionario Touriño preside, aunque no lo parezca, el gobierno de Galicia. Y en cuanto al PP, tan obsesionado anda con que no se diga que no quiere "la paz", que se guarda de señalar las sombras que rodean "el proceso".
Y en esa empresa no están solos. Días atrás, un ex de HB y gerifalte de la Fundación Sabino Arana, el abogado Txema Montero, decía en El País que los panfletillos del "alto el fuego" los han compuesto al alimón la ETA y el Estado, léase el gobierno. Decía más: que la banda había puesto el sustantivo y el gobierno el adjetivo para así alumbrar el contradictorio "alto el fuego permanente", y un texto digno de Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. Pues bien, con tal indiferencia ha reaccionado a ello el personal, empezando por el periodístico, que nadie pregunta al gobierno inconveniencias como: ¿es cierto que lo escribieron a medias? o ¿qué más han hecho juntos? Porque escribir a cuatro manos no sugiere el principio de una amistad –más bien puede acabar con ella– sino la existencia de una complicidad. Zapatero le ha contado a Rajoy que no tiene compromisos con ETA, y con eso ya hemos de darnos por contentos, y mirar al futuro. Salvo que toque cantar las glorias republicanas y denostar la barbarie franquista.
Pero, de acuerdo, miremos al futuro.¿Y qué vemos? Que antes del verano piensan dejar solventada la verificación del alto el fuego. Que bastarán tres meses para certificar la buena voluntad de unos terroristas que llevan decenios matando, sembrando el miedo y abduciendo a una sociedad. Qué digo meses. Con tres semanas llega, apuntaba Montero. Y el sin par Ibarretxe pide una verificación ética, que no se sabe qué es, pero que tarda poco, seguro. Apostado queda: "el proceso" va a ir a todo trapo. Ya lo dijo ZP en sus primeros balbuceos: será largo y difícil. O sea, al revés. Las dificultades serán "los accidentes" de los que ha advertido. Y cuando ocurran, está cantado qué va a decir. Se adivina el desplazamiento. De "hay que acabar con la violencia" se pasará a "la violencia no debe acabar con el proceso". Nada nuevo bajo el sol. Acontece desde hace años bajo el brumoso cielo de Irlanda. El IRA no se ha disuelto, coacciona, roba y mata, lo niega, y los implicados enuncian pomposos lo de "no permitiremos que esto quiebre el proceso". Donaldson, último ejemplo.
Dos obsesiones de Zapatero precisan de rápida salida: montar un chiringuito con la bandera de la paz para engordar su base de apoyo ante elecciones venideras, y devolver a la legalidad a Batasuna, sea por cumplir un pacto previo, por instalar a su partido en el gobierno vasco con ayuda de la recua etarra, o por ambas cosas. Veremos que para volver a legalizarla no se le exigirá que condene el terrorismo; lo pasado, pasado está. Intentarán que se cambie el nombre, pero poquito. Se felicitarán de encauzar por la vía política a los batasunos, como si no hubieran medrado en las instituciones hasta hace un cuarto de hora, y no estuvieran ya bajo otro nombre. "El proceso", en fin, requiere hacer la vista gorda, ignorar la conducta probada de los totalitarios, y olvidar el pasado más reciente. Y para amenizar, no faltarán distracciones. Como esa perpetua sesión de película republicana y antifranquista para los que no fueron en su momento ni lo uno ni lo otro.