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José García Domínguez

Que habla de tahúres, orates y demás nacionalistas

Con semejante competencia, comprenderá el lector que los Hermanos Dalton tendrían menos futuro en Barcelona que el suero de la verdad en las venas de Enric Sopena.

Ya muy viejo, el gran Josep Pla elaboraría una teoría general sobre la casta política catalana que quien conozca el percal y tenga un par de dedos de frente no puede más que suscribir. Decía el maestro: "No hay que perder el tiempo, ni hay que preocuparse; no tenemos ningún valor, aquí no hay nadie que sepa hablar, que tenga algo que decir, que valga la pena". De ahí que Tarradellas, que para sus adentros pensaba exactamente lo mismo, jamás se cansara de advertir que él volvería dispuesto a hacer cualquier cosa, menos el ridículo. Eran los tiempos del inicio de la Transición y los dos únicos hombres de categoría que quedaban aún en este Chernobyl del sentido común, ya intuían que se acercaba la era de los exhibicionistas, de los tahúres y de los orates. Naturalmente, nadie les hizo caso, ni entonces ni después. Y naturalmente, acertaron de lleno en su pronóstico de lo que se nos venía encima.

Razón de que los nostálgicos de las crónicas criminales de Margarita Landi se agolpen estos días en los quioscos, buscando ansiosos las últimas novedades sobre Cataluña. Y es que difícil, muy difícil lo iban a tener hoy el Arropiero, el Jarabo o el Lute para robarles una sola portada de El Caso a los barandas del Cuatripartito. Así, y únicamente desde el sábado, ha trascendido que Xavier Vendrell, el célebre pistolero de "Terra Lliure" que se colara en el Vaticano, sigue exigiendo el impuesto revolucionario a todo el que se cruce a su paso; y que ya pretende extorsionar incluso a los conserjes y las telefonistas que ha enchufado ERC en la Generalidad.

Al tiempo, acusamos recibo de que Mas y Carod han contratado –se supone que cada uno por su lado– los servicios de empresas de contraespionaje, al objeto de "realizar barridos de forma periódica en busca de micrófonos ocultos o de posibles intervenciones telefónicas", según no ha relatado la prensa de Barcelona, pero sí un diario de Madrit. Y, simultáneamente, hemos sabido que Maragall se niega en redondo a obedecer la orden del juez que ha mandado horadar el suelo del Carmelo para averiguar de una vez qué hay escondido dentro del túnel. Con semejante competencia, comprenderá el lector que los Hermanos Dalton tendrían menos futuro en Barcelona que el suero de la verdad en las venas de Enric Sopena. Y pensar que en su día nos tomamos a broma lo que le espetó Javier Cugat a un plumilla local, tras volver a Cataluña para morir en casa. Aquel zascandil impertinente insistía en inquirir sobre las relaciones del músico con la Mafia americana. "Ninguna. Pero cuando ellos conozcan esto, vendrán a tomar lecciones", respondió, seco, el artista. Y ahí acabó la entrevista.

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