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Thomas Sowell

Catedrales y fe

David Riesman dijo que estamos viviendo en las catedrales del aprendizaje sin la fe que construyó esas catedrales. También estamos viviendo en una sociedad libre sin la fe que la construyó y sin la convicción y dedicación necesarias para sostenerla.

Dentro del orden del universo, la reciente renuncia del presidente de Harvard, Lawrence Summers, es un pequeño episodio. Pero su trascendencia es grande y llega más allá de Harvard y mucho más allá del mundo académico. David Riesman dijo que estamos viviendo en las catedrales del aprendizaje sin la fe que construyó esas catedrales. También estamos viviendo en una sociedad libre sin la fe que la construyó y sin la convicción y dedicación necesarias para sostenerla.

La fe vino primero. Hace siglos, agricultores así como otras personas, dispersos por las tierras de Nueva Inglaterra, fueron aportando pequeñas contribuciones de lo que podían en dinero o en especie para ayudar a construir una pequeña institución educativa en Cambridge, Massachusetts. Hoy, la de Harvard es una universidad renombrada pero que ha perdido el sentido de la dedicación que la construyó en 1636. El profesorado gobierna la universidad, tal como Lawrence Summers dolorosamente descubrió, y la gobiernan para su propio y limitado interés personal. 

Para un catedrático de Harvard no vale la pena dar clases a los estudiantes universitarios. Eso se lo pueden dejar al profesorado júnior y a los alumnos graduados. Donde está el dinero y el prestigio es en la investigación. Summers quería que los catedráticos no sólo dieran clases a los alumnos sino que dieran cursos de introducción en un currículum estructurado y que se dejaran de repartir tanto sobresaliente; una práctica que ha desembocado en que el 90% de los alumnos se gradúen con honores.

Dar las mejores calificaciones a granel ahorra tiempo al profesorado porque, de otra manera, los alumnos querrían saber por qué han recibido notables o aprobados. Ese tiempo que se ahorran lo usan ahora para investigar, escribir y otras cosas que al profesorado le merece mucho más la pena.

Dar cursos de introducción en un currículum estructurado puede aportar una muchísima mejor educación a los alumnos universitarios que el actual estilo tipo cafetería en el que los alumnos escogen entre una mezcolanza de cursos que casualmente estén disponibles. Pero dar cursos de introducción en un currículum estructurado también consume mucho tiempo y es por eso que ya pocas universidades siguen manteniendo un currículum.

Es mucho más fácil enseñar sobre cualquier tema limitado sobre el cual el catedrático esté haciendo una investigación. Por tanto, en algunas universidades puede que haya un curso sobre la historia de las películas de cine pero que no haya un curso sobre la historia de Gran Bretaña o Alemania.

Los alumnos se pueden graduar en algunas de las más prestigiosas universidades del país sin tener siquiera idea de lo que fueron la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría. En Harvard, las probabilidades de que semejantes alumnos tan desinformados se puedan graduar con honores son de 9 entre 10.

Ninguna universidad y ninguna sociedad puede sobrevivir basándose solamente en el estrecho interés propio de cada individuo. Alguien tiene que sacrificar algunos de sus propios intereses por el bien común de la institución o de la sociedad sirviendo a otros. En tiempos de crisis, alguien tiene que poner su vida en juego, tal y como los bomberos, la policía y la gente en las fuerzas armadas lo siguen haciendo. Pero, para ello, tienen que creer antes que la institución y la sociedad son dignos de su sacrificio.

Ya llevamos por lo menos dos generaciones de constante denigración de la sociedad norteamericana, dos generaciones en las que la gloria barata puede ser adquirida despreciando las reglas y burlándose de los valores. ¿Es acaso sorprendente que parezca haber cada vez menos gente deseosa de asumir responsabilidades y de sacrificarse para salvaguardar el marco social que hace posible nuestra supervivencia y progreso? Harvard es sólo un pequeño ejemplo.

Hubo una época en la que estar en guerra significaba aceptar un mayor grado de responsabilidad, hasta entre los políticos. Wendell Willkie libró una dura campaña electoral presidencial contra Franklin D. Roosevelt en 1940, consiguiendo mayor número de votos que ningún otro republicano antes que él y, no obstante, cuando todo eso acabó, Willkie se convirtió en el enviado personal de Roosevelt con Winston Churchill.

En medio de la guerra de hoy, vemos a ex presidentes y a derrotados candidatos presidenciales diciéndole al mundo lo equivocados que estamos –cobrando en ocasiones a lo grande por ello en países extranjeros– y a los miembros del Congreso jugando a la política de la demagogia partidista con la seguridad nacional.

Todavía tenemos la catedral de la libertad pero, ¿cuánto tiempo aguantará sin la fe?

©2006 Creators Syndicate, Inc.
* Traducido por Miryam Lindberg

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