Guerra civil. Todo el mundo lo dice. La voladura de la cúpula del santuario chií de Samarra, cuarto en importancia para toda esta rama del Islam, habría sido la gota que colma el vaso. En cuatro días doscientos muertos y varias docenas de mezquitas, de ambos bandos, atacadas. Parálisis política: Los sunníes se retiran de las conversaciones para formar gobierno.
Pero qué es lo que ha habido hasta ahora sino una guerra civil larvada, cada vez más explícita a medida que ha ido pasando el tiempo. Sólo que ha sido un combate unilateral. Uno ataca y el otro aguanta. El uno es la insurgencia sunní. En qué medida el componente bassista ha participado en la masacre del otro, la comunidad chií, sus tradicionalmente dominados compatriotas, es difícil de determinar. En el caso de sus fanáticos aliados circunstanciales, los yihadíes, no hay duda de que se han ensañado con los que desprecian como apóstatas de su propia religión, pidiendo a gritos una respuesta que dé lugar a la guerra civil abierta.
La conciencia de esa amenazadora posibilidad y la perentoria necesidad de evitarla ha dominado de tal manera la mente chií, que a lo largo de los tres últimos amargos años ha sido el principal factor de estabilidad en Irak. Estabilidad, sí, aunque parezca una broma macabra. Porque todo es relativo. Si el poquito de civilidad que aún resta en el país se diluye en guerra entre facciones étnico-religiosas tendremos la desgraciada oportunidad de ver hasta donde puede verdaderamente llegar lo macabro, incivil, inestable y bélico.
Pero a pesar de que el país se tambalea al borde del abismo, la hora chií, por próxima que esté, aún no ha llegado. De ahí los denodados esfuerzos para provocar su adelantamiento. De ahí la hercúlea resistencia a la provocación. Los líderes chiíes, con ese portento de autoridad moral para los suyos que es el gran ayatolá Sistani a la cabeza, han esperado con infinita paciencia y han aguantado lo inimaginable. No van a tirarlo todo por la borda cuando están ya tan cerca del premio a su ilimitado aguante. Sometidos durante siglos, la ley del voto auténtico pone al país en sus mayoritarias manos. No lo van a dejar escapar en el último momento. Lo que ha sucedido no hace más que aumentar su determinación. No sólo Sistani, una vez más, sino incluso el incontrolable demagogo que es Múqtada al Sadr han pedido calma, en un curioso cruce de papeles. El Gran Pacificador ha amenazado con que su gente no va a tener más remedio que recurrir a las milicias. El Gran Agitador ha pedido contención al tiempo que soltaba las riendas de sus exaltados seguidores, protagonistas de muchos de los recientes desmanes, en lo que parece un magistral juego de tira y afloja.
Pero ni el Ejército del Mahdi, las milicias sadristas, ni otras que puedan ser más files al guía religioso de Najaf, tienen la clave. Los restos del aparato militar y represivo de Sadam se creen netamente superiores y posiblemente lo sean. La clave está en ese ejército y esas fuerzas de seguridad que los americanos tratan de formar a marchas forzadas para "iraquizar" el conflicto. Cuando esas unidades estén preparadas, quien las controle controlará el estado. De momento de lo que se trata es que las milicias las infiltren sin dejar de ser lo que son, sin modificar sus lealtades. Esa es ahora la gran prueba americana. No es menor que, ni distinta de, la derrota de los terroristas de diferentes pelajes.