A las cinco, en la plaza de los delfines, que es como se conoce en Madrid a la plaza de la República Argentina, un cielo plomizo auguraba que la manifestación de la AVT iba a vérselas con otro obstáculo, añadido al del silencio mediático habitual. En junio, hubo un sol de justicia y ahora, frío y una lluvia helada que pronto empezaría a descargar. No, el tiempo no lo puede encargar el gobierno, eso todavía se le escapa; pero parece que se confabula para endurecer las condiciones y requerir de los ciudadanos una firme voluntad de asistir. Este 25 de febrero en Madrid hacía falta tenerlo muy claro para acompañar a las víctimas del terrorismo en su marcha contra la negociación con ETA, contra un falso "proceso de paz", que ya está jalonado de cesiones.
A las cinco, en la plaza, la pregunta era obligada: ¿seremos más o menos que en junio? Había que subirse a la fuente, y hubo quien terminó cayéndose al agua, para darse cuenta de que Serrano abajo, ya había un mar humano. La cabeza de la manifestación había tenido que salir, presionada por la corriente de un río, que no cesaba de recibir afluentes. Durante un largo rato, el mar permaneció quieto, a la espera de tener cancha para moverse. Dominaba en su superficie un símbolo: la bandera de España. La gente también tenía esto claro: el cambalache con los de ETA es un eslabón del desguace de la nación de ciudadanos.
Y los ciudadanos se disponen a resistir. De momento, donde estamos, se oyen pocas consignas. Estos manifestantes, al contrario que otros, no son proclives a reducir a una frase propagandística lo que piensan y sienten. Entre el bosque de banderas españolas, surgen carteles y pancartas de fabricación casera. "Si no hay vencedores ni vencidos, hay vendedores y vendidos", han escrito sobre una bandera andaluza. Otros: "Dignidad y justicia. No humillación". "No es una guerra, son crímenes, son asesinatos". "España no se merece un gobierno que miente. Queremos saber. 11-M". Y otro cartel, pequeño, imaginativo: "Zin Principios".
Hay un par de pancartas en inglés, para que se enteren los medios extranjeros: "Our P.M. lies" (Nuestro primer ministro miente); "Zapatero surrenders to terrorism". A las seis y diez se han abierto los paraguas. Apenas se puede caminar. Los móviles ya no tienen cobertura. Cuando se pasa por delante de alguna cámara, se impone el lema: "Luego diréis que somos cinco o seis". La gente ya se conoce el percal. Dirán también, todos lo sabemos, que es una mani de "pijos", de gentes de Serrano y del barrio de Salamanca. Pero allí hay de todo. De todas las edades y de toda condición. Gente con paraguas, gente que se ha puesto una simple bolsa de plástico en la cabeza, gente que se moja.
Desde la terraza de un edificio, un grupo de adolescentes agitan una bandera española y gritan: "España unida jamás será vencida". Eso sí que lo corea la gente, que de vez en cuando rompe el silencio: "Zapatero, embustero", "Zapatero dimisión". Y sobre todo: "España se merece otro presidente". Cada tanto, se extiende por la manifestación un coro de "España, España".
A las siete aún estamos pasando por delante de la iglesia donde ETA cometió el atentado contra Carrero Blanco. Hay un paño blanco colgado de una de las ventanas. A estas alturas ya se ha corrido la voz de las cifras que está dando la Comunidad de Madrid. Un grupo da vivas a la COPE. Otro corea: "¡Federico Jiménez Losantos!". Desde la acera, unos cuantos llaman a Cándido. "¡M-A-L-O!". Es éste de los pocos momentos que arrancan sonrisas. Y cuando algunos corean: "Donde están, no se ven, Almodóvar y Bardem". No, no se canta bajo la lluvia. Es una manifestación seria, de semblantes preocupados, de indignación contenida.
A las siete y media se hace imposible avanzar. La cabeza ha llegado a la plaza de Colón. La gente se escurre por las calles laterales. Otros se refugian donde pueden, hasta debajo de las paradas de autobús. Se va la luz en la calle Serrano y se oyen gritos: "¡Montilla!". Vuelve a funcionar el alumbrado ante la admonición. Desde Goya podemos oír la intervención de Alcaraz. Es el momento de la emoción contenida, de los aplausos que avalan la determinación de quien da voz a las víctimas del terrorismo y a todas las gentes de bien. Ha sido la manifestación de la dignidad.