Los instrumentos de la demoscopia no pueden aprehender con exactitud cuál es la intención de voto de los españoles, entre otras razones técnicas porque todavía las elecciones quedan lo lejos del horizonte de los votantes y porque los resultados están en ocasiones más inspirados por las intenciones políticas de los muñidores de las encuestas que por los entrevistados. En cualquier caso, si toda fotografía tomada a golpe de encuesta resulta siempre borrosa, observar una tras otra en el tiempo puede dar una idea adecuada de la tendencia del voto. Y la última encuesta del CIS es la enésima mala noticia para este Gobierno, que comienza a sentir frío por la progresiva pérdida de respaldo por parte de los españoles.
El presidente Rodríguez ha seguido una política radical, en la que nada de lo que compartimos los españoles parece seguro. La Constitución se ha quedado a ojos del Gobierno poco menos que en un obstáculo reaccionario a sus planes. La misma unidad de España se ve amenazada como pocas veces en su historia. Ni la ETA queda como enemigo común al mismo nivel. Quienes defendemos sin resquicio para la vacilación a las víctimas y a la ley, solo podemos concebir la derrota de los terroristas como victoria de nuestras instituciones. Pero quienes tienen otros intereses, ponen esas instituciones sobre la mesa de negociación con los asesinos. Los españoles sospechan que algo está moviéndose bajo los pies sin que el daño resultante pueda más tarde ser reparado, y ven todo el proceso con desconfianza y el desasosiego crecientes.
Todo crimen se puede justificar desde una ética consecuencialista, como lo es la socialista. El Gobierno, que debería ser el primer defensor de nuestras instituciones, las pone en entredicho, entregándoselas como plato fuerte a los terroristas de ETA a cambio de que la banda asesina deje de ser lo que es. Perdemos nuestra dignidad, parte de nuestras libertades, el respeto al honor de las víctimas, el mismo ser de España llegado el caso, pero todo es por una buena causa que todo lo justifica: La paz. Una paz que nunca podría ser más que la promesa de una banda de asesinos. Suficiente para el presidente Rodríguez.
Cuando las encuestas hacen temblar a la Moncloa, el Gobierno necesita que el fin que todo lo justifica, la supuesta paz, esté en los televisores de los votantes antes de las elecciones, para dar por buena toda la política que ha ejercido hasta el momento. Lo necesita, y ETA lo sabe. Sabe de la debilidad de un Gobierno que, precisamente, ha renunciado a la firmeza en contra de los asesinos. Y la banda, con implacable lógica, está haciendo de la debilidad del Gobierno su propia fuerza. El último comunicado, emitido este sábado, reitera que solo abandonará su actividad criminal cuando haya alcanzado sus plenos objetivos políticos. El Gobierno se encuentra sin tregua que poder ofrecer a los españoles.
En principio, si ETA tirara mucho de la cuerda, el Gobierno podría rectificar y volver a la sensatez que en la actualidad representa el Partido Popular en exclusiva, en este asunto. Pero Rodríguez es absolutamente incapaz de renunciar a su estrategia de expulsión del PP de la vida política española. Seguirá huyendo hacia delante, no sabemos aún hasta qué extremo.