Dos años después de su victoria electoral, Rodriguez Zapatero padece un serio ataque de ansiedad. Las causas de esta crisis nerviosa son variadas y de muy diferente naturaleza. La principal es sin duda la ansiedad que le produce una anhelada tregua que ETA no termina de declarar. Pero a ello se unen sus problemas de pareja con Maragall, como consecuencia de su infidelidad con Artur Mas, y la presión de una oposición que no ceja en sus ataques y que se encuentra cada vez más cerca electoralmente.
Rodríguez Zapatero tiene una concepción algo mágica de la política. Su guía fundamental de acción es su buena estrella. Confía mucho más en su infalible instinto político que en los sesudos informes de sus asesores, muchos de los cuales no llega si quiera a leer. El presidente ha llegado a la convicción absoluta de que está próximo el momento de la paz y esa creencia no se va a resquebrajar por muchas bombas que ponga ETA. Rodriguez Zapatero quiere un acuerdo con los terroristas “como sea”, aunque para ello tenga que cuartear el Estado, destruir la Nación o humillar a las victimas. Sabe además que su supervivencia política depende de ese acuerdo.
El presidente no tiene dudas, por tanto, de que podrá arrancar a ETA un alto el fuego porque está dispuesto a pagar el precio que le impongan los terroristas, sea el que sea. Es más, si ETA no se decide pronto a declarar una tregua, será el propio presidente el que se adelante a los terroristas declarándoles una tregua del Estado de Derecho. Ya se han producido de hecho algunas treguas parciales en este sentido. Por ejemplo, el Gobierno ha declarado una tregua política a Batasuna para que este partido pueda actuar prácticamente como si fuera un partido legal. O se han dado instrucciones a un servil fiscal general del Estado para que, en la medida de lo posible, modere sus actuaciones contra la banda terrorista. Pero estos son sólo anticipos de lo que realmente se está dispuesto a pagar.
El nerviosismo de Rodriguez Zapatero es un puro problema de impaciencia. Cuanto más claro y cerca ve el final del proceso, más ansiedad siente por concluirlo. Por eso el estruendo de las bombas de ETA no le deja dormir tranquilo. Él hace como que no las oye, pero en el fondo no puede evitar escucharlas. Zapatero quiere la paz ahora, ya, de inmediato, y está dispuesto a pagar incluso antes de lo que los terroristas piensan para lograrlo.
El problema para el Gobierno es que ETA no tiene la urgencia que siente Rodriguez Zapatero por cerrar el trato. La cúpula etarra no tiene que renovar una mayoría electoral en un corto plazo. Después de cuarenta años asesinando, los terroristas no tienen tampoco ningún problema en esperar unos cuantos años más. Ellos saben que la presión está en el Gobierno y que cuando más lo exasperen, mayor será el precio que puedan cobrar.
La persistencia de la banda terrorista en seguir poniendo bombas está colocando al Gobierno al borde del histerismo. Ya no saben a quién vender la inminencia de una tregua, porque cada vez son menos los medios de comunicación dispuestos a comprar una mercancía que siempre ha sobrepasado su fecha de caducidad. El presidente susurra a sus colaboradores más cercanos que este fin de semana estén atentos porque se pueden producir acontecimientos importantes. En Moncloa se mata el tiempo repasando una y otra vez las declaraciones, las hojas de ruta y los discursos para cuando ETA decida dar el pistoletazo de salida a la carrera oficial. Se montan guardias de 24 horas en determinados faxes del País Vasco en espera del ansiado comunicado. Pero lo único que llega a oídos del presidente, para su desesperación, es el estruendo cada vez mayor de las bombas de ETA.