Manuel Perucho i Pla ("valenciano, catalanoparlante y perfectamente bilingüe, bueno, trilingüe, ya que también hablo inglés") me envía la siguiente admonición: "No me parece razonable [que], cuando se alude al catalán u otras lenguas que no sean el castellano, se haga con cierta ironía". Por lo visto, la "cierta ironía" es que, según mi opinión, habría que conservar todas las lenguas que hablan los españoles (superado un cierto número de hablantes), entre ellas el árabe. Francamente, no sé dónde está la ironía. Es más, aunque un punto irónico en lo del árabe, no veo por qué no es razonable recurrir a ese tono. ¿Es que no podemos expresarnos con libertad? La cruel ironía no está en lo que yo digo, sino en el hecho de que el idioma español es arrinconado oficialmente en muchos lugares de España. Razona don Manuel: "Estoy seguro que usted mismo trataría de aberración filológica el que algún andaluz o sudamericano negara que habla castellano". Podrían negarlo, aduciendo que no hablan castellano sino español o portugués. Una persona habla en el idioma que dice que habla. Estoy de acuerdo con don Manuel en que "a España le falta eso, respeto, tolerancia y un poquito de cultura".
Illya Kuryakin (un seudónimo de un corresponsal muy constante) narra el suceso de un bautizo en territorio cataláunico. Selecciono algunos párrafos de la graciosa crónica: "El párroco pregunta si deseamos la misa en castellano o en catalán, y se le contesta que en castellano […]. La misa la dice íntegramente en catalán […] Llega el momento de preguntar a la madrina ─mi madre─ si acepta las responsabilidades [de ese menester] […] Mi madre se gira hacia mí y, con toda la guasa de la que es capaz una aragonesa, me pregunta [lo que debe contestar, pues no ha entendido una palabra de lo que ha dicho el cura]. [Nuestro hombre le dice que conteste sí]. Y el bautizo prosigue su curso. En catalán. Tendré que hablar con el Obispado, a ver si, en estas condiciones, la salvación del alma de mi hijo es válida solamente para el territorio catalán, o es de aplicación algún convenio suprarregional". Hasta aquí la donosa crónica de don Illya. Espero que conmueva la piedad de algún preste catalán.
Ricardo Castells Reizábal comenta: "Patético el espectáculo que vi hace unos meses, una abuela castellana mal hablando catalán por la calle con un niño a su cargo. Pobre abuela y pobres inmigrantes de esta Cataluña". Los ascendientes de don Ricardo son madrileños, catalanes, toledanos, vascos y riojanos. Eso es España.
La Babel en la que estamos metidos lleva a sucesos chuscos como el que me cuenta María del Pilar Jurado Henche (Málaga). En la empresa donde trabaja se recibió una comunicación del Ayuntamiento de Castellgalí (Barcelona) pidiendo el embargo del salario de un empleado de la empresa. La comunicación iba escrita en catalán. El gerente de la empresa contestó en una especie de andaluz fonético. Por ejemplo, "Le huro por Dio qué hemo hesho to lo possible por aclará zi nosotro le debemo a ustedes argo o son ustede los que nos tienen que hasé argún pago". La eutrapelia sigue de esa manera jocosa. En serio, ¿tan difícil es que entre los españoles recurramos a la lengua común, la única que todos dominamos, para asuntos oficiales?
Miguel Pérez (Bilbao) se pregunta si el catalán tiene más similitudes con el francés que con el castellano. No he hecho el cómputo de las palabras catalanas que se parecen al francés o al castellano. Me da la impresión de que hay un parentesco algo mayor con el castellano. No obstante, el proceso de unificación del catalán, a principios del siglo XX, optó por parecerse más al francés en los casos de duda o de neologismos. Precisamente, ese voluntarismo llevaba implícito el reconocimiento de la mayor proximidad al castellano. Hace algún tiempo el presidente Maragall pronunció el famoso exabrupto de que Cataluña podría entrar en la francofonía. Seguramente fue una broma etílica.
Andrés Grau García (Villena, Alicante) me envía una ilustrada y dolida misiva a propósito del conflicto lingüístico. Transcribo algunos párrafos: "La gente con mayor cerrazón mental con la que me he topado en todos mis años de profesor [de Inglés] han sido siempre los profesores de Valenciano. Casualidad. Son o han sido todospancatalanistas, rechazando de plano, como manda el catecismo progresista, cualquier alusión al Valenciano como variante con entidad y sentir propio, diferente del Catalán. También, casualidad, suelen disponer todos del mapa de losPaïsos Catalansen los que está incluida, por supuesto sin autorización, la Comunidad Valenciana y mi querido pueblo". Pasa luego a narrar sus andanzas por medio mundo en las que se imponía el emplear las lenguas que facilitaban el intercambio entre los viajeros y los naturales. Concluye con ese adagio: "Me deprimo profundamente y afecta a mis tuétanos el espectáculo bochornoso al que nos tienen sometidos y que no nos perdonan de contemplar, nuestros politicastros,intelectualesde poca monta, y demás gentes de mal vivir. Están haciendo jirones todo lo que en nuestro amado país había de común, compartido y de enriquecimiento mutuo. Son las lenguas, que aportan tanta riqueza al acervo común, uno de los elementos que más han contribuido (el castellano o español en mucha mayor medida que las otras) al bien vivir de España y a tantas y tantas cosa como hemos compartido y que algunos desean que no volvamos a tener". ¿Alguien se conmoverá con esos lamentos? Podrían ser ampliados millones de veces.