La designación del nuevo Jefe de la Fuerza Terrestre sugiere una creciente politización de las Fuerzas Armadas. Este nombramiento supone un cambio respecto a la política desarrollada hasta ahora por el actual Ministro de Defensa. Con alguna excepción, como haber ascendido a General de División al anterior Jefe de la Zona de Castilla La Mancha de la Guardia Civil, Bono había sido bastante respetuoso hasta la fecha con las propuestas emanadas de los Consejos Superiores de los Ejércitos respecto a los ascensos y con las nominaciones de los respectivos Jefes de Estado Mayor para cubrir los puestos más relevantes en la cadena de mando. Es más, hasta ahora se había resistido a determinadas interferencias políticas que emanaban de su propio Partido en materia de ascensos o destinos.
Esto puede cambiar en el futuro. Bono puede haberse dado cuenta de que destinos y ascensos son un instrumento tan poderoso para controlar el Ejército como lo son las listas electorales y los cargos ejecutivos en los partidos políticos. Tras el incidente del Teniente General Mena es muy posible que Bono preste más atención al perfil “político” de los candidatos y no únicamente a sus meritos profesionales y al prestigio militar. No se trata de ceder a presiones partidistas, sino a construir su propio partido, el bonismo, dentro de los ejércitos.
El problema es que conocer el perfil político de los militares no siempre resulta fácil. Narcis Serra, primer ministro socialista de Defensa tras la Transición, dedicó un área del entonces CESID a elaborar informes personales sobre los generales de los ejércitos y de la Guardia Civil, información que resultaba muy útil para ejercer ese deseado control político. Eduardo Serra, primer ministro de Defensa con el PP, suprimió esos informes porque los consideraba innecesarios, generaban mal ambiente entre los militares y creaban fundados recelos respecto al servicio de inteligencia. No sería extraño que en las circunstancias actuales Bono tenga que volver a esas prácticas, dado el creciente malestar de los militares con la situación del país.
La politización de las Fuerzas Armadas tiene en todo caso riesgos muy importantes y resulta sumamente negativa para consolidar unos ejércitos modernos y eficaces. Si las recomendaciones o la sintonía con el Ministro comienzan a tener más relevancia para la carrera de un militar que sus propios méritos profesionales, el resultado es que los más serviles, pero muchas veces los menos capaces, ocuparan los mandos decisivos. Se crearán bandos, luchas políticas y divisiones en el seno del Ejército. Y al final, el remedio puede ser mucho peor que la enfermedad.