Tres jóvenes despreocupados, sin ahogos económicos, familiarizados con las nuevas tecnologías, asiduos a los bares pijos de la Plaza Molina, se lo pasan de miedo regando con disolvente y envolviendo en fuego a una mujer que pernocta junto a un cajero automático. Uno de los padres afirma que su hijo "es un tonto". Está muy feo montar piras humanas, tontaina, bobalicón. La culpa es del alcohol, añade: no hubo homicidio premeditado. Pero los malditos fueron a por un bidón de disolvente. Y aparecen sonrientes en imágenes inconcebibles. El mal vive al lado de casa.
Una treintena de sujetos entre los quince y los veinte años toma un tren en Niza y siembra el terror entre los pasajeros mientras los guardias se rilan e incumplen la misión para la que han sido contratados. Roban, golpean, insultan y someten a varias mujeres a vejaciones sexuales. Las autoridades tratan de silenciar los hechos. No lográndolo, prometen una policía especial. Tan especial que tendrá que viajar al pasado para evitar que un grupo de treinta criminales se suba a un tren en Niza, etcétera.
Un veinteañero marroquí acuchilla a un hombre en Joy Eslava. Cuando van a detenerle, su novia española atropella a tres policías. La opinión pública sabrá a las pocas horas que Taichi, la bomba andante, tenía antecedentes penales por diecisiete delitos, poseía siete identidades falsas, había sido expulsado de España y estaba relacionado con los atentados del 11-M.
En Canals, Valencia, ocho pájaros con mucho peligro se cuelan en un chalet dotado de protecciones y alarmas, mucho más seguro que la mayoría de viviendas españolas. Una cuenta más en el rosario de atracos con que la colección de matones que se cuela cada día por Barajas ameniza la vida de diversos barrios residenciales. Algo rompe aquí el esquema: el inquilino abate a tiros a dos de los atracadores; los otros seis huyen.
Cuando un pasajero del metro de Nueva York disparó a cinco varones que se le encararon, dejando inválido a uno de ellos, el juicio se solapó con su encumbramiento como héroe local. Diversos estudios han relacionado aquella oleada de apoyo a un ligero de pistola con el crescendo previo de tensión, con un clima irrespirable de inseguridad en la ciudad. Hoy Nueva York es muy diferente.