¡Alarmado se muestra don Jordi Gracia en un artículo publicado en el muy manipulador diario El País! Los historiadores decentes, advierte, corren el riesgo de caer en el “neoantifranquismo” en su noble, pero excesivo, afán de “poner las cosas en su sitio” de manera demasiado drástica, para dar un “escarmiento” a “extremistas neofranquistas” como César Vidal o yo mismo. Eso puede ser “el efecto más temible”, amonesta el escritor, pues “las banderías reaparecen para dejar yermo el espacio de la inteligencia, que no puede conformarse con esa mendacidad interpretativa, porque la inteligencia no maneja banderías”. Espantoso, en efecto. Por lo demás, a la inteligencia personificada en el señor Gracia no le gustan los colores vivos, y advierte que para entender el franquismo conviene recurrir a los grises.
Realmente, todo esto no significa absolutamente nada, excepto un rechazo del debate con argumentos beatos. Quienes discrepen de César Vidal o de mí sólo tienen que argumentarlo en los muchísimos medios a su disposición, y admitir la controversia libre y en igualdad de condiciones, como ocurre en cualquier país democrático y en cualquier institución intelectual un poco seria. Eso es todo… y no ha ocurrido. El fondo del artículo del señor Gracia consiste en un llamamiento (¡uno más!) más a la censura, al silenciamiento. Propuesta fascista, si la palabra aún significa algo, fundada en el método totalitario de etiquetar a quien no logran rebatir. Gracia nos etiqueta de “extremistas neofranquistas”. Reto a este buen señor a probar tanto el extremismo como el neofranquismo. O la realidad de esas mentiras que nos achaca por las buenas. Si hay algún neofranquismo o algún extremismo se distinguen claramente en el talante inquisitorial que él y los suyos exhiben. Con sus habituales subterfugios sólo testimonian una muy penosa bancarrota intelectual. Como he recordado a don Justo Serna y a otros, la cosa es muy simple: déjense de generalidades y de divagaciones y entren a discutir los problemas historiográficos reales.
Al señor Gracia le preocupa que la réplica a nuestras tesis conduzca a “la deslegitimación implícita de todo aquello que no estuviese en los círculos más duros de la resistencia antifranquista, todo aquello que no cayese en la proximidad del PCE, en las ilusiones armadas del FLP o los ramales más enérgicos del PSOE”. ¿Cuáles fueron esos ramales más enérgicos del PSOE? ¿Y quién habla como algo serio de las “ilusiones armadas (sic) del FLP”? Tengo la impresión de que don Jordi no sabe de qué habla. Ello aparte, él da a entender que hubo otro tipo de oposición al franquismo, lo cual es cierto pero, ¿cuál fue su relevancia? A ver si nos lo aclara o al menos plantea la cuestión de forma precisa, en vez de insinuar y divagar, confundiendo la complejidad de la historia con su propio embrollo mental.
En fin, ¿para qué insistir en lo ya dicho tantas veces? Quienes así se comportan suelen jactarse de títulos de una universidad que desprestigian. He leído unas interesantes consideraciones del historiador Pedro Voltes, en su libro Furia y farsa del siglo XX, sobre el modo como se ha impuesto lo que Carlos Barral llamaba la “mafia profesional de izquierdas”, con la consiguiente “degradación y descenso de la calidad universitaria”. Un caso: “Dentro del programa que alguien les debió de encomendar a Estapé y a él (Vicens Vives), figuraba que la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona quedase ocupada y dominada por un corrillo de colaboradores de confianza para los urdidores de aquella trama. Como es comprensible, para que los adictos encontrasen sitio era menester expulsar a algunos docentes ingenuos que se habían figurado que podrían permanecer en aquella Facultad aportando sólo su saber y su buena voluntad. Así se hizo con escenas de befa y agresión, oportunamente secundadas por las reseñas de periodistas cómplices. Por fortuna casual, no ocasionaron muertes en Barcelona, como la tan dramática del ilustre profesor Martínez Santaolalla, fulminado por un infarto en su misma cátedra de Madrid cuando era groseramente abucheado por unos desalmados”.
“Como era de suponer, la mayoría de los promotores de las algaradas se han convertido en pocos años en catedráticos, decanos y rectores (…) Los gobernantes de la época establecieron durante una breve temporada la jubilación de los catedráticos a los sesenta y cinco años, obedeciendo al propósito (…) de quitar de en medio a unas docenas de nacidos en anteriores épocas inadecuadas. Una vez desahuciados y sustituidos por gente amiga, se restableció la fecha de jubilación en los setenta años”.
“Por ahora no ha habido quien haya reseñado que, una vez arrumbado el régimen de Franco, se produjo en los cuadros profesionales de la Administración Pública española un colosal maremoto para quitar de en medio a quienes habíamos tenido la desgracia de ganar concursos y oposiciones reglamentarios durante el régimen anterior. En esta grandiosa degollina no sólo intervino el anhelo de los nuevos políticos por privar de toda voz y acción a quien no les fuera simpático, sino que obró también el afán tan español de colocar a las amistades” (p. 389 y 410-11)
El “antifranquismo” ha servido a innumerables trepas que nunca lucharon contra aquel régimen para ocupar el puesto de muchos que tampoco habían luchado, pero tenían una capacitación profesional muy superior. ¿Vamos entendiendo?