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José María Marco

El affaire Finkielkraut

Como a Federico Jiménez Losantos en España, a Finkielkraut le odian porque dice lo que piensa y, sobre todo, porque dice lo que piensa la gente, la gente corriente

El pasado 18 de noviembre, el pensador y ensayista francés Alain Finkielkraut aparecía entrevistado en el diario israelí Haaretz, periódico de izquierdas, modernillo, chic y antirreligioso, como El Pais aquí. Finkielkraut reflexionaba sobre los disturbios de los barrios periféricos parisinos. Lo hacía, como es habitual en él, de forma muy cuidadosa, tanto en los conceptos como en las palabras, y distinguiendo bien los matices. Explicaba que no consideraba las revueltas como una forma de intifada, aunque constataba que en primera fila habían sido situados los más jóvenes. Subrayaba también lo que resulta evidente, como es que los revoltosos eran árabes o negros, y apuntaba el papel del Islam en el asunto, aunque no como tal religión, sino como signo de identidad.

El texto, trufado de comentarios sesgados, a cargo de la propia redacción de Haaretz, y realizada por un periodista que había firmado un artículo sobre los disturbios que Finkielkraut criticó, aunque su autor no dio a conocer durante la entrevista, pasó sin causar grandes polémicas en Israel.

Hasta que apareció traducida al francés por dos israelíes de origen galo, conocidos por sus posiciones pro palestinas, en una revista de extrema izquierda llamada Politis. Según el exhaustivo análisis de la revista Valeurs Actuelles, la versión publicada en Politis contiene comentarios ya descaradamente acusadores contra Finkielkraut y circuló a toda velocidad en los medios radicales franceses. El 24 de noviembre interviene Le Monde. El periodista de origen judío Sylvain Cypel, también izquierdista y por supuesto antiisraelí, firma un artículo que es una recopilación sintética de los fragmentos más polémicos de la entrevista. A partir de la bendición de Le Monde, el gran inquisidor de la izquierda, empieza a lo grande la campaña contra Finkielkraut a la que se suman Le Nouvel Observateur y Libération.

Nadie se molesta en traducir íntegro el texto de la entrevista de Haaretz. De lo que se trata es de destruir y reducir a cenizas a Finkielkraut. El pensador responde a un entrevistador particularmente agresivo de la emisora de radio Europe 1 diciendo que no se reconoce en la monstruosa caricatura que de él han presentado los medios franceses. Inmediatamente, se difunde que Finkielkraut se desdice de la entrevista a Haaretz, cosa que no es verdad.

La manipulación continúa por tanto, y se da el paso siguiente. Se exige que se cierre el programa semanal de radio que Finkielkraut emite cada semana y llueven las peticiones, desde círculos neo comunistas e islamistas, para que no se le deje hablar en ninguno de los actos que el pensador tenía programados. Se anuncia una denuncia ante los tribunales, retirada a tiempo para evitar el ridículo de los posibles demandantes. Pero el affaire Finkielkraut es ya una realidad. Incluso ha intervenido el ministro del Interior Nicolas Sarkozy, en defensa del filósofo.

El 12 de diciembre Finkielkraut iba a acudir a Madrid a hablar de Tocqueville en un acto de la FAES. Ha suspendido su presencia, afectado como está por la brutal campaña que se está desarrollando.

Como a Federico Jiménez Losantos en España, a Finkielkraut le odian porque dice lo que piensa y, sobre todo, porque dice lo que piensa la gente, la gente corriente que ve cómo el sentido común, la libertad y la voluntad de pensar sin prejuicios la realidad, son ahora mismo, en los países europeos, los primeros enemigos de una alianza entre el islamismo y la izquierda que quiere imponerse al precio que sea, incluidas la manipulación, la mentira y la violencia.

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