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Victoria para Irak

Bush ha expuesto con claridad su visión y su determinación sobre la victoria. Ahora le queda convencer políticamente a los suyos y a los demás

El presidente George Bush dio ayer un importante discurso sobre Irak que se puede resumir en una sola frase: los Estados Unidos buscan en Irak la victoria y no se irán de allí hasta obtenerla. El mensaje es importante porque pone fin a uno de los debates más estériles de los últimos meses, poner una fecha para la retirada de las tropas estadounidenses. Estéril y perjudicial, porque cuanto más se alargaba en Washington más embravecidos se mostraban los terroristas e insurgentes en Irak. En ese sentido, este discurso es un compromiso de las tropas con el futuro de Irak y eso beneficia a todos, a su propia seguridad, al gobierno iraquí, a la población, mientras que sólo puede angustiar a los insurgentes cuya estrategia se ha basado, hasta ahora, en el continuo desgaste humano y psicológico de los americanos.
 
El discurso presenta también la novedad de vincular el futuro de Irak al de la región. Por un lado, porque la democratización iraquí se está viendo afectada por el juego de intereses de sus vecinos, muy relevantemente de Irán, pero también de siria y de Arabia Saudí, cada cual por distintas razones. Y por otro, porque lo que los Estados Unidos persiguen no sólo es un Irak estable y libre, sino toda una región con la que se pueda convivir pacíficamente sin tener nada que temer de ella en su conjunto.
 
Ahora bien, a los estados Unidos les hace falta ahora pasar de los conceptos y las palabras a la acción. Y el discurso apunta a algunas posibilidades interesantes. Así, por ejemplo, se admite que la lucha contra los terroristas –en el sentido de búsqueda y eliminación de sus elementos– no es suficiente, sino que hay que desarrollar una estrategia de control del espacio físico, de liberar zonas y extenderlas progresivamente. En frase de la secretaria de estado Condoleezza Rice, “limpiar, defender y expandir”. Es interesante esta cambio porque eso supone el reconocimiento implícito de que se debe poner en marcha una política contra la insurgencia que va más allá de la eliminación de unos elementos concretos. En realidad, esa posibilidad había estado clara para la Casa Blanca, siempre empeñada en la reconstrucción económica, el progreso político y el aumento de la seguridad, pero cuyas directrices no se habían visto acompañadas por la estrategia minutar sobre el terreno. El terrorismo yihadista es más que terrorismo. Por sus objetivos, por su llamamiento popular, por la movilización social que conlleva, se puede asimilar a una nueva especie de insurgencia. E Irak es la batalla que deben perder ahora.
 
El punto débil de toda la construcción de Bush, no obstante, reside en que su estrategia finalmente depende de la generación de suficientes fuerzas iraquíes para que el país quede seguro. Es más, necesita que los iraquíes vayan asumiendo mayores responsabilidades en esta tarea. No es fácil. Pero mientras no sea así, los soldados americanos tendrán que llevar el peso de la lucha y seguirán expuestos a ser objetivos del terror. Bush ha expuesto con claridad su visión y su determinación sobre la victoria. Ahora le queda convencer políticamente a los suyos y a los demás.
 

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