La situación política del actual Gobierno era difícil de predecir en el inicio de esta legislatura. En 18 meses tenemos ante nosotros a un Ejecutivo en clara descomposición. Nerviosos, inquietos, sin dirección, han entrado ya en la dinámica del insulto y de la descalificación. Y esos modos, cuando uno está en el poder, son claramente significativos para definir la actitud de un presidente y su Gabinete.
La manifestación del sábado en Madrid se ha convertido en la puntilla de una lamentable gestión, y de una situación que es más propia de los totalitarismos que de las democracias consolidadas. Por otro lado, es perfectamente lógico que en Moncloa estén nerviosos, es más, deberían estar muy nerviosos. No hemos llegado todavía al "ecuador" de la legislatura y están ofreciendo la imagen de un Gobierno finiquitado, sin capacidad de reacción y con una paupérrima imagen política.
El diálogo y el talante nunca existieron con fundamento; pero es que ahora no se pueden tomar ni como simple palabrería mitinera. Hemos pasado del sectarismo a los malos modos. Hemos dejado incluso las cursilerías para adentrarnos en una actitud tormentosa, contradictoria y beligerante hacia todo el mundo que piense de forma diferente a ellos. Es el palo para aquellos que no piensan igual que Zapatero y los suyos.
El arranque de semana ha sido demoledor para cualquier Gobierno que se precie. Por un lado, se han lanzado como locos ministros y dirigentes socialistas a atacar a los obispos y a la Conferencia Episcopal, ataques que han llegado hasta amenazas encabezadas por la vicepresidenta de la Vega sobre la financiación de la Iglesia, amenazas que ha tenido que matizar el secretario de Estado de Comunicación en un gesto de claro nerviosismo interno. Es la primera vez que se corrige de esta forma y desde Moncloa a la que es portavoz del Gobierno.
Además, ya vemos como están los socialistas catalanes. Se han instalado sin tapujos en la defensa de la financiación irregular de los partidos políticos, defendiendo la llamada "hipoteca Montilla", un auténtico chollo para el ministro pero un desastre para los accionistas y clientes de la entidad bancaria promotora de esas curiosas "bondades". En este contexto llama la atención la tibieza con que el ministro de Justicia, López Aguilar, se ha referido al titular de Industria. El ministro canario se ha negado a defender a Montilla.¿Podría traducirse esto en una división interna en el Gobierno? La realidad es que el ministro de la OPA tendrá que responder a la reprobación que el Partido Popular va a impulsar en el Congreso de los Diputados.
Lo innegable es que la situación límite en la que se encuentra este Gobierno es propia de los últimos coletazos de una legislatura. Encontrarnos tan pronto con un Ejecutivo incapacitado abre todas las posibilidades de futuro. Desde luego, la peor de todas es que el Gobierno, como un animal herido y enfurecido, arremeta contra todo y contra todos. La democracia exige siempre un mínimo de formas que este Gobierno comienza a incumplir.