Ahora que los musulmanes franceses se han propuesto renovar el parque automovilístico de sus vecinos infieles, sería interesante revisar las enseñanzas coránicas, a ver a cómo cotiza en el plano ultraterreno el destrozo del coche de un cristiano o un judío.
La inteligencia progresista parece haber encontrado la raíz última del odio estructural que los fieles observantes de «la religión de la paz» profesa a los occidentales: la exclusión, la desigualdad, el mar de injusticia, en fin, el maldito neoliberalismo. Mas tiene gracia que se acuse al capitalismo de los males del país de la UE que más trabas pone a su funcionamiento, pues si Francia representa algún paradigma perfecto es el del país defensor de la alta fiscalidad y la intensa labor estatal de redistribución de riqueza, que caracterizan a un omnipresente Estado del Bienestar. Las plañideras progresistas de hoy recuerdan a las que ayer ejercían exactamente la misma crítica anticapitalista, cuando aquel curioso botarate mejicano del pasamontañas y la pipa, al poco de que la victoria electoral de Vicente Fox, salió de gira para denunciar la opresión neoliberal de los pueblos indígenas, precisamente en el país que la dictadura del PRI había convertido en un modelo político de socialismo avanzado a imitar por sus correligionarios del viejo continente.
Como la izquierda en general es claramente refractaria, no ya a los procesos analíticos rigurosos, sino a la simple observación de la realidad si contradice su dogmática, nunca aceptará la evidencia de que tras el salvaje plan renove-molotov de los musulmanes franceses, se esconde su odio constitutivo a todo lo que huela a civilización occidental, es decir, a Civilización.
Si las turbas que asaltan comercios y queman coches estuvieran empujadas por la desesperación económica, no celebrarían los disturbios al grito de “Allah Akbar”. En lugar de iglesias o sinagogas, quemarían las sedes bancarias y, por supuesto, no dejarían a salvo los negocios de otros musulmanes, como están haciendo, sino que probablemente focalizarían en ellos el máximo odio por su condición de traidores de clase.