Según las encuestas, la mayoría de americanos son críticos de la política exterior del Presidente Bush. Se sienten inseguros no solo por su diaria ración de explosiones en Irak. Más bien el ataque en público sin respiro sobre nuestras acciones en el exterior tanto de la izquierda como de la derecha dura ha llevado a una condena bipartidista y ampliamente compartida. Hasta algunos que fueron defensores de la Guerra preventiva, han abandonado filas, diciendo que, aunque querían el derrocamiento de Sadam Hussein, están espantados con lo que vino a continuación. O traducido: “a toro pasado estoy a favor de mi casi perfecta campaña militar, pero no a la reconstrucción tan revuelta” como si la historia americana de pasadas guerras no hubieran estado cargadas de trágicos errores y operaciones embrolladas.
Pero por todo lo que han dicho los medios y sus indiscutibles errores de interpretación, la doctrina Bush en realidad está avanzando. Pronto tendrá ventajas a largo plazo. A pesar de nuestra incapacidad de articular los peligros, de lo que nos jugamos en la Guerra contra el islam radical y de nuestro fracaso en mostrar todo el potencial militar de Estados Unidos; y a pesar de que nuestra propia frontera sur permanece vulnerable a la infiltración terrorista, ha habido un enorme progreso en los últimos 4 años.
Hemos echado a los talibanes y a Sadam Hussein. Esos esfuerzos nos han costado 2.000 muertes americanas en combate, una dura pérdida que lamentar, pero constituyen dos tercios del número de civiles asesinados el 11-S, el primer día de la Guerra. Gracias a nuestra política directa de golpear a regímenes corruptos en el extranjero y quedarnos a ayudar en la reconstrucción, unido a una mayor vigilancia doméstica, EEUU no ha vuelto a ser atacado.
Dentro de Irak hay un gobierno constitucional marchando adelante y una serie de elecciones programadas por ratificar y/o enmendar. Mucho de esto es por culpa de la intransigencia sunní, sin embargo, esta población minoritaria; sin petróleo y con un vergonzoso pasado de apoyo a Sadam o los terroristas de Zarkaui se ha colocado en una situación insostenible. Sus clérigos exhortaron el voto del No a la constitución aún cuando los radicales sunníes como Zarkaui amenazaban con matar a cualquiera que siquiera votase.
También hay una transformación radical en las mentalidades de la región. Las elecciones en Egipto, aunque estaban manipuladas y boicoteadas, fueron un evento sin precedentes, y las irregularidades rápidamente encendieron protestas populares. Los acontecimientos en otros lugares no son menos significativos, ya que Libia y Pakistán han renunciado a su comercio nuclear, los sirios están fuera del Líbano y se están formando rudimentarios parlamentos en el Golfo. Hasta en la cuestión palestina, la muerte de Arafat, la construcción de la valla de seguridad israelí y su retirada de Gaza, así como la salida de Sadam han reforzado a los sitiados reformistas en Cisjordania y más allá. La responsabilidad de controlar a los villanos está cambiando gradualmente hacia los palestinos, justo como debe ser.
Claro que no hay cantones suizos a la vista en Oriente Medio. Más bien vemos los primeros temblores de masivos cambios tectónicos ya que las viejas placas del isalmismo radical y la autocracia laica dan paso a algo Nuevo y más democrático. EEUU es el primer catalizador de esta peligrosa pero muy necesitada agitación. EEUU se ha arriesgado prácticamente solo, la recompensa final será un mundo más estable para todos.
Hay mucho ruido sobre el antiamericanismo global y el odio a George Bush. Pero si examinamos más de cerca el asunto, este furor está confinado a Europa Occidental, el autocrático Oriente Medio y nuestras propias elites en casa. En Europa, nuestros más ruidosos críticos, Chirac y Schroeder han perdido apoyos domésticos, están bajo el escrutinio de los realistas preocupados con sus propias minorías sin asimilar, y saben apreciar la consistencia americana en la Guerra contra el islam radical. Mientras tanto, los europeos del este, japoneses, australianos e indios nunca han estado más cerca de EEUU. Rusia y China tienen poco que ver en nuestra guerra contra el terror.
En casa, la falta relativa de bipartidismo es debida en parte a la cultura izquierdista de los medios, en parte a la confusión y el resentimiento de un partido demócrata fuera del poder, y en parte a la incertidumbre de como terminará todo. En la derecha extrema, algunos solamente ven demasiado dinero gastado, demasiada proliferación del gobierno y demasiado Israel detrás de todo.
¿Qué nos espera? Debemos seguir navegando los peligrosos estrechos entre las dos inaceptables alternativas de la dictadura laica y el gobierno de la ley islámica, mientras empujamos a los que reciben ayuda Americana o apoyo militar –como Mubarak y la familia real saudí– para que se reformen. En casa, a menos que no aparezca una política viable de mayor producción de petróleo, ahorro y energías alternativas, nuestra capacidad de protegernos contra el chantaje internacional empezar a erosionarse. Lo más inaceptable: armas nucleares en manos de Irán y otros países no democráticos de Oriente Medio podría destruir mucho lo que hemos conseguido, sino todo. ¿Qué habría pasado si a finales de los años 30 EEUU hubiese sido dependiente del petróleo rumano o del carbón alemán, o que Hitler, Mussolini o Franco hubieran estado cerca de conseguir armas nucleares?
Yo sigo apoyando sin reservas nuestros esfuerzos en Afganistán e Irak y nuestra presión por la reforma en Oriente Medio en general. No porque la Doctrina Bush siga una agenda neoconservadora predeterminada, sino porque en la era post 11-S, el idealismo muscular es el nuevo realismo Americano, el único antídoto al islamismo radical y sus apéndices de terror.