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Cristina Losada

Pocos, malos y solos

Hay para ellos ciudadanos de primera y de segunda, es decir, no hay ciudadanos. Por mucho que pronuncien la palabra ciudadanía. O tal vez por eso: tanta palabra en vano cubre el vacío

No sé de qué estilo será el western que se prepara, pero ya vamos conociendo a los personajes. Empecemos –pues de ganadería ha de tratarse primero– por el nuevo secretario de Comunicación de ZP. Este Fernando Moraleda, tocado por su experiencia en las praderas, prometió que veríamos en el debate a un Zapatero "genuino", el producto auténtico y de raza, avalado por denominación de origen. Pues bien, lo vimos. Hablaba el presidente de las bondades de la descentralización y plantaba cara, cada tanto, a los enemigos del Estado de las Autonomías. ¿Quiénes serán?, se preguntaban los espectadores, los pardillos que ignoran el gusto de lo genuino. Y quién iba a ser: él mismo. ZP, el que quiere trastocar las reglas del tinglado autonómico, cuyas excelencias se dedicaba a cantar, hasta dejarlo irreconocible y para el cesto.
 
Pero antes de ver cumplido el vaticinio de Moraleda, habíamos tenido ocasión de conocer a otro habitante de ese poblado donde la ley y las formas andan manga por hombro al albur de las pitonisas. Se encarga ese personaje de cuidar de la finca del bachiller Montilla, responde al nombre de Antonio Bolaño y lleva la chapa de director de Comunicación. De momento, su comunicación más memorable reza así: "Solo 100 mensajes, que desastre. Sois pocos y malos". Lo que le falta en acentos, le sobra en descortesía. En desprecio a los ciudadanos que se creen con derecho a discrepar de sus gobernantes y lo hacen saber. Pues tal exabrupto se dirigía a quienes habían pedido a su jefe una rectificación de sus ataques a la COPE, insólitos en una democracia que garantiza la libertad de prensa y de expresión.
 
Bolaño cuida, ante todo, la finca de Montilla, y le va de madres, como dicen los mejicanos, que su sueldo, como el de su jefe, se lo paguen todos los ciudadanos, los que discrepan y los que no. Y es que, bien mirado, a los primeros no los consideran ciudadanos quienes dividen el poblado entre partidarios y adversarios, entre amigos y enemigos. Y quienes a los no afines los tratan a patadas, como a perros que merodean por los lindes de la hacienda. Hay para ellos ciudadanos de primera y de segunda, es decir, no hay ciudadanos. Por mucho que pronuncien la palabra ciudadanía. O tal vez por eso: tanta palabra en vano cubre el vacío.
 
Será cosa de estudiar por qué están apareciendo juntas la falta de respeto al ciudadano y la falta de respeto a la ortografía. Si habrá una corriente subterránea que aflora en esos dos ámbitos, o es mera casualidad. Pero Bolaño no quita, sino que pone el acento, y bien genuino, de quienes cabalgan sobre la demolición en curso. Creídos están de que los que se oponen a sus designios son pocos, malos y feos, y de que están solos, sin tilde esta vez. Convencidos se hallan de que pueden meter al ganado en el redil, y de que a los díscolos los cazarán como a alimañas. La arrogancia ha vuelto al poder. Ahora, en versión analfabeta. Si el gobierno le escribe, tiéntese la gramática además de la cartera y la libertad.

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