Hace pocos años habría sido inimaginable un espectáculo como el del día 20 en la Universidad Autónoma de Madrid porque, aunque muchos recordaban el currículum siniestro de Carrillo, éste estaba pasando a la historia como un político sensato que ayudó a facilitar la reconciliación y una razonable transición democrática, lo cual también es cierto. Y ayudó bastante más que González y el PSOE, todo sea dicho. Pero de un tiempo acá el personaje viene espoleando las campañas de manipulación de la historia orientadas a recobrar el espíritu guerracivilista, y me temo que finalmente prevalecerá la imagen de él como quien mantuvo hasta el final el espíritu de la Checa, salvo por un período.
A su vez, los homenajes a Carrillo entran dentro de las provocaciones y la violencia del gobierno de las “ansias infinitas de paz”. Nadie debería olvidar cómo los actuales dirigentes del país impulsaron la kale boroka en toda España, las manifestaciones tumultuosas, con asaltos a sedes del PP y a diversos establecimientos, los gritos de “asesino” a Aznar, bajo unas banderas inconstitucionales y otras totalitarias. O cómo vienen lanzando campañas mediáticas contra la verdad histórica, con el efecto de reabrir trincheras entre los españoles. Ni debe perderse de vista cómo estos rojos, encabezados por un locuelo iluminado también rojo, han beneficiado de muchos modos al terrorismo islámico, a la ETA y a los separatismos, torpedeando la Constitución mientras amparan a los tiranos tercermundistas más peligrosos para España mediante su pomposa y huera “alianza de civilizaciones”. En cualquier país estas actividades constituirían delitos de alta traición y no saldrían gratis a sus autores.
En estas circunstancias el doctorado “horroris causa” a Carrillo constituye una nueva provocación, aparte de degradar aún más a una universidad ya bastante degradada por la desvergüenza intelectual de la izquierda y la casi nula defensa del rigor y la decencia académica por parte de la derecha: recuérdese el homenaje a un totalitario tan brutal como Eric Honecker organizado por el rectorado entonces derechista de la Complutense, en vísperas, precisamente, del hundimiento del muro de Berlín. Todo en nombre de la concordia. La concordia del Gulag.
Carrillo no tuvo mejor ocurrencia que preludiar el aquelarre motejándonos, a César Vidal y a mí, de confidentes del franquismo, por el delito de discrepar de su versión de la historia y demostrar sus falacias. Al parecer, la experiencia chequista imprime carácter en algunas personas: ese “argumento” ha sido clásico en la cruenta paranoia stalinista, y Carrillo lo ha usado sin trabas. Recordaré un par de casos ilustrativos sobre este personaje que no ha querido permanecer fiel a lo único bueno que hizo en su vida: colaborar con los políticos franquistas para asegurar la democracia en España.
El caso Quiñones: éste fue un agente de la Comintern que en la inmediata posguerra trató de reorganizar el PCE, en condiciones durísimas y al margen de los dirigentes en el exilio, porque en aquellos momentos apenas había contacto con ellos. La dirección en el exterior no se lo perdonó. Detenido por la policía, Quiñones quedó lisiado por las torturas, y, condenado a muerte en 1942, fue fusilado sentado porque no podía tenerse en pie. Los jefes del exterior, y singularmente Carrillo, dictaminaron que el hombre que por sus ideales había sufrido tal destino, era un “confidente”, un “agente de los ingleses”, en definitiva un “traidor”. Jamás le rehabilitaron.
El caso Trilla resultó por el estilo: se trataba de un comunista encargado de la organización de Madrid también en los difíciles años 40. Tras el fracaso de la invasión guerrillera por el valle de Arán, en 1944, fue designado como chivo expiatorio. Tachado de “confidente” sin la más mínima prueba, fue asesinado de un navajazo en septiembre de 1945, por sus propios camaradas. También Carrillo tuvo mucho que ver en este crimen.
Dos casos, pero hubo muchos más. Unas veces el “confidente”, generalmente alguien que hacía sombra a la dirección externa, o así lo creía ésta en su paranoia, era liquidado por gente de Carrillo, otras denunciado de modo que la policía franquista diera con él y lo neutralizara. No hará falta decir más sobre la inocencia de las acusaciones de este lamentable chequista.
Me permitiré contarle un secreto: no sólo no fui confidente, sino que luché contra el franquismo en un partido que practicaba lo que llamábamos lucha armada y nunca pasó de terrorismo (como el maquis o la ETA); pero lo hice en el interior y arriesgando la vida. Mientras usted, Carrillo vivía seguro en el extranjero y disponía de sus militantes al viejo estilo dictatorial. También en esto hay clases.