El 20 de octubre de 2005 pasará a la historia universitaria por un hecho singular: la investidura como Doctor “Honoris Causa” de Santiago Carrillo. El académico atentado se ha perpetrado por la Universidad Autónoma de Madrid en su Campus de Cantoblanco, siendo rector Ángel Gabilondo hermano del locutor de la SER del grupo mediático fácilmente reconocible. Un melodrama del que se han representado, por ahora, dos actos. Y es que en esta clase de obra no siempre teatral “... se exageran toscamente –según el diccionario– los aspectos sentimentales y patéticos y se suele acentuar la división de los personajes en moralmente buenos y malvados para satisfacer la sensiblería vulgar”. Aquí “el bueno” es Don Santiago como le llaman algunos pelotas que disimulan así sus vicisitudes preconstitucionales.
El primer acto del melodrama se celebró a mediados de marzo, la misma noche en que la ministra de Fomento retiró la estatua ecuestre de Franco y se entronizó –metafóricamente– en su lugar a Carrillo y su ideario. El homenaje se le dispensó con nocturnidad, de modo discreto que no secreto, y al refugio de una hamburguesería como corresponde a los antecedentes de matarife del actor. Pese a la cuasi clandestinidad, provocó mares de tinta impresa.
Ahora, en el segundo acto, se le eleva al máximo rango de honor académico que puede recibir un maestro, razón para eximirle de probar méritos en los cursos de doctorado. Ello en ceremonia pública y diurna ante el claustro y alumnos de una Universidad de la capital de España. Un artículo de Alfonso Ussia lo desvela y se pregunta si “es posible que haber inducido al asesinato de 8.000 inocentes sea hoy en día una razón o causa de honor”.
Extraña entrada la de Carrillo en el Aula Magna, vestido de birrete y toga –roja por supuesto–, entonando el ritual canto del “Veni creator spiritus” para atraer la protección del Divino hacedor de toda criatura incluidas, es un suponer, aquellas 8.000 liquidadas en Paracuellos de las que más de 200 eran menores de edad hijos de militares.
Los historiadores dan como probada la responsabilidad de Carrillo como Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid a fines de 1936. Los sangrientos detalles pueden consultarse en la voz “Paracuellos” del buscador Google.
¿Qué pretende tamaña barbaridad académica? ¿A quién aprovecha? Es preocupante que una Universidad que se precie presente a Carrillo como ejemplo a seguir. Su investidura contribuye a romper el pacto de no agresión entre los dos bandos de 1936 que es la esencia de la Transición política. Todos tenemos difuntos de aquella confrontación nacional pero con la Constitución de 1978 acordamos no sacarlos más a la luz. Gracias a la paz constitucional y al espíritu de reconciliación el de Paracuellos se pasea sin necesidad de pelucas, y puede cruzarse con los familiares de las victimas sin que le agredan. Aunque goza de impunidad por la amnistía general concedida en 15 de octubre de 1977, los asesinatos de 1936 son hechos que le acompañarán de por vida como la sombra al cuerpo. Por muchas togas que le pongan encima.
Hoy serían calificados como “genocidio” por el vigente Código Penal de la democracia. Un delito que no prescribe por el transcurso del tiempo, y que es perseguible dondequiera que se hubiere cometido, por cualquier juez de no importa que lugar. Bien lo sabía Fidel Castro al no acudir a la reciente cumbre de Salamanca, para evitar que le trincara un juez español con base en una sentencia dictada a fines de septiembre por el Tribunal Constitucional.