Con el fin de evitar los “efectos marginadores de la globalización” que Touriño avizora y condena, el gobierno que comanda con Quintana ha decidido sumarse a la marginalidad antiglobi. Así lo hace pensar el recibimiento que dispensó con pompa y alharaca en Compostela, a uno de los caudillos de la tribu neocomunista, el presidente Hugo Chávez. Meses antes, Fraga había estrechado la mano del otro foco de la vanguardia contra el libre mercado en la persona de Raúl Castro. Y es natural tanta cortesía con los dos regímenes: no se sabe cuál de ellos ha perjudicado más a la comunidad gallega en el exterior. Lo de Cuba fue en otros tiempos; en éstos, Chávez gana el concurso.
No es difícil encontrar en cualquier urbe gallega a algún antiguo residente en Venezuela que ha optado por retornar ante los desmanes del chavismo. O a algún pariente de uno que sigue allí tratando de que no le quiten lo suyo. Pero para cortar por lo sano estas habladurías, habló Chávez en Santiago: la comunidad gallega en su país “no tiene ningún temor”. Es más, que él sepa, no hay ningún gallego expropiado en Venezuela. A excepción, naturalmente, de aquel gallego al que le expropiaron su vida hace año y medio. Se llamaba José Manuel Vilas Liñeira. Tenía pasaporte español, 41 años, mujer y un hijo, y era trabajador del petróleo. Fue tiroteado por la espalda por los secuaces de Chávez en el curso de una manifestación pacífica.
Los compañeros de Vilas le enviaron una carta a Zapatero, pero de aquello, como de Fernández, nunca más se supo. Y así Chávez pudo darse unos croques en la catedral, que dicen que fortalece la memoria, sin que le hicieran recordar aquel asesinato y otros de ciudadanos españoles, ni la falta de libertad, la represión y el desprecio a los derechos humanos que distinguen a su gobierno bolivariano. La ceremonia, con abrazo al Apóstol incluido, transcurrió entre vaharadas de incienso en loor de ese benefactor de los gallegos y, sobre todo, de los pobres. Razón por la cual bajo su férula ha aumentado la miseria en Venezuela.
Pero no hagan caso. Todo lo malo que se cuenta de Chávez fluye de la “lluvia de mentiras” que fabrica la prensa vendida al capital. Quintana, en sintonía atmosférica, ha llamado a ese fenómeno “torrente de desinformación”. Y para que el dictador comprobara que no toda la prensa española manipula con descaro, como había clamado en Salamanca, la telegaita se esmeró en su publirreportaje. Gracias a lo cual, nos enteramos de quiénes son sus amigos en Galicia. Las banderas rojas con la hoz y el martillo, las nacionalistas con la estrella roja, los retratos del Che y los carteles contra Estados Unidos, lo dejaban claro. Y por si había dudas, gritaban puño en alto su simpatía por la revolución con la que Chávez amenaza a sus vecinos.