Cuando Felipe González inventó las Cumbres Iberoamericanas a comienzos de los años 90, tenía como propósito crear un marco de diálogo al máximo nivel que inspirara y alimentara el deseo colectivo del continente suramericano por un sistema financiero estable así como por la democratización política. Quince años más tarde, el nuevo gobierno socialista español aprovecha el señalado aniversario para convertirlas en un auténtico circo al servicio de todo lo contrario.
Puede que Castro sea inevitable porque el derecho internacional al que tanto apego le tiene la izquierda para criticar genocidios, le permite asistir a las regiones multilaterales a salvo por su condición de dictador en activo. Pero de ahí que concederle un mayor protagonismo hay un trecho difícilmente explicable por un dirigente auténticamente democrático. Si, además, el centro de atención se le presta a su compinche Hugo Chávez, el talante de los organizadores de esta edición de la Cumbre, a saber el gobierno de Rodríguez Zapatero, queda claramente expuesto. ¿Podría haber imaginado Felipe González que este tipo de actos iban a derivar en un mitin procastrista y prochavista en medio de Salamanca? ¿Lo habría consentido de estar en el poder? Hay algo claro por su parte, sus amigos empresarios de Venezuela se sienten amenazados por el totalitarismo de Chávez y cuánto se haga por consolidarle en el poder desde La Moncloa entra en contradicción directa con sus intereses personales.
España, tras los Estados Unidos, es el único país que puede ejercer una notable influencia en la zona. Si hubiera creado en estos meses una alianza firma con el Brasil de Lula, el México de Foz y el Chile de Lagos, por citar tres ejemplos, podría haber liderado la agenda que esa zona necesita, a saber; fortalecimiento institucional, profundización democrática, lucha contra la corrupción y la violencia terrorista, el narcotráfico y grupos indigenistas. Pero en lugar de todo eso, esto es, una agenda real de prosperidad, responsabilidad y libertad, el gobierno de Rodríguez Zapatero ha preferido aliarse con sus propios fantasmas izquierdistas, encarnados en la figura de Castro y Chávez; en lugar de una estrategia política a largo plazo, ha elegido negar lo anterior y lanzarse en brazos de quien le promete dinero bajo la forma de pedidos militares. Ha elegido, en suma, aliarse con la dictadura y la subversión.