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Enrique Dans

Modelos de ineficiencia

Algunas empresas de telecomunicaciones, para intentar preservar su modelo de ineficiencia, impiden contractualmente a los usuarios de banda ancha repartir o revender su capacidad

La economía es una ciencia curiosa. Aunque algunos la consideran próxima a las ciencias exactas, otros tienden más a visiones cercanas al arte, o incluso a la alquimia. Las variables que hacen que una compañía determinada encuentre un modelo de negocio que le permita obtener márgenes sustanciosos dependen de factores muy interesantes. Algunas compañías generan valor tangible merced a recursos específicos, difícilmente trasladables a otras. Otras, en cambio, aprovechan nichos de ineficiencias generadas por todo tipo de circunstancias.
 
El caso de las compañías de telecomunicaciones, por ejemplo, resulta especialmente ilustrativo de este tipo de circunstancias. En un principio, este tipo de compañías se basaron, en la mayoría de las economías desarrolladas, en la concesión de una exclusividad o monopolio que las protegiese de la competencia. La concesión de un monopolio supone una de esas ineficiencias capaces de generar utilidades importantes, de manera casi independiente a cómo desarrolle su actividad la compañía en cuestión. Gracias a eso, algunas compañías del sector de las telecomunicaciones lograron situarse entre las más grandes y poderosas del panorama económico. Mas tarde, cuando los monopolios fueron gradualmente desapareciendo de la mayor parte de las economías desarrolladas, algunas de estas compañías empezaron a buscar maneras de defenderse de la naciente competencia, aunque ésta, en la mayor parte de los casos, se limitó a convertir el anterior monopolio en un oligopolio de intereses muy afines, un sector con unas condiciones competitivas bastante peculiares, en el que todas las empresas eran prácticamente clientes las unas de las otras y compartían intereses comunes.
 
En estas condiciones, parece claro que las posibles amenazas para el sector no podían llegar desde el interior del mismo. Las empresas de telecomunicaciones, tras la época de los grandes monopolios, habían vuelto de nuevo a encontrar las circunstancias que les permitían aprovechar nuevos nichos de ineficiencia. Una de ellas, por ejemplo, proviene de los interesantes modelos de aprovechamiento de la capacidad excedente: ¿se ha parado a pensar qué porcentaje del ancho de banda del ADSL que tiene en su casa aprovecha realmente? Calcule cuantas horas pasa sentado delante del ordenador y, sobre éstas, aplique un coeficiente reductor que deduzca los momentos en que no está ejecutando tareas que conlleven un trasvase de información a través de la conexión, que vienen a ser habitualmente la mayoría. Incluso tras la enorme explosión de popularidad de los programas de descarga de contenidos de redes entre iguales, o peer-to-peer, que la mayoría de los usuarios solemos dejar abiertos de manera casi continua, el uso del ancho de banda contratado por un individuo suele ser enormemente ineficiente. Sin embargo, el usuario paga por el total del caudal hipotéticamente disponible, lo cual genera, lógicamente, importantes utilidades a las compañías de telecomunicaciones. La situación es perfectamente absurda: en casa, te sobra ancho de banda, pero te falta cuando estás fuera de ella. Puedes estar en el centro de una ciudad rodeado de conexiones de banda ancha con capacidad excedente, pero no puedes, en principio, hacer uso de ellas para conectarte a Internet. Y si pretendes utilizarla para hablar por teléfono, te encuentras con otro problema: el lobby de operadoras presiona a los fabricantes de terminales para evitar el desarrollo de aparatos con acceso WiFi, y los clientes no ejercen una demanda demasiado activa debido a la escasez de opciones de conexión.
 
Sin embargo, el problema de la existencia de ineficiencias es que éstas suelen actuar como un poderoso imán para determinadas personas, los denominados “disruptores”, que suelen ver en ellas oportunidades interesantes. Uno de estos casos, la aparición del fenómeno de la voz sobre IP y de su exponente más disruptivo, Skype, ya ha sido objeto de análisis en esta columna en ocasiones anteriores. Ahora, otro conocido “experto en disrupciones” con cierta fama de enfant terrible llamado Martín Varsavsky irrumpe en la escena con FON, un proyecto sumamente interesante. Con un nombre que evoca telecomunicaciones, pero que en realidad pertenece a una ancestral tribu africana, la idea de Martín consiste en desarrollar una red que permita un uso mucho más racional de los recursos de ancho de banda. Cada usuario de banda ancha que se une a la “tribu FON” puede hacerlo en dos modalidades: bien ofreciendo su capacidad excedente a cambio del derecho a conectarse gratis desde las redes de otros usuarios, o bien ofreciendo su capacidad excedente para que otros usuarios se conecten pagando, en cuyo caso FON se encarga de realizar la logística de recolección y reparto de los flujos económicos. En ambos casos, la empresa se encarga, mediante el desarrollo de un software, de solucionar los problemas de seguridad y de reparto de ancho de banda entre el usuario y la red.
 
Por supuesto, el modelo se encontrará con problemas. Algunas empresas de telecomunicaciones, para intentar preservar su modelo de ineficiencia, impiden contractualmente a los usuarios de banda ancha repartir o revender su capacidad, una limitación que Martín sabe como sortear. La CMT tampoco se ha pronunciado al respecto, y en ocasiones anteriores ha tendido a mantener una cierta inclinación hacia el lado de los intereses de las compañías del sector. Tras la irrupción en el sector de este aire fresco llamado FON, lo que se avecina es ni más ni menos que la batalla de unas compañías por preservar un modelo de ineficiencia.

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