No sé si el famoso cambalache del tango se ha refugiado en España al cambiar el siglo o si a la progresía se le ha girado la cabeza 180 grados, como a los posesos. El pobre José Blanco, amigo de imágenes facilonas, ha urdido una parábola de todo a cien en la presentación de la campaña del Plan de Vivienda: estamos en un bloque de pisos con diecisiete vecinos; uno de los pisos, Cataluña, pide permiso a la comunidad para emprender reformas, que serán posibles si no afectan a la estructura del edificio. Curiosamente otro vecino es el PP, con lo que la alegoría empieza a hacer aguas: ¿no eran los vecinos del cuento las diecisiete autonomías? El PP sería el típico grosero que no saluda, desea enfrentar a los vecinos y, mucha atención, no paga los gastos de comunidad.
Supongo, Blanco, majo, que otro vecino será el PSOE. Pues déjame que te cuente: a ese lo temen hasta los delincuentes del barrio desde que montó una patrulla vecinal que secuestró a un viajante de comercio y liquidó a treinta personas. El temor se convierte en miedo cerval si el puño con la rosa llama a tu puerta para pedirte sal. Tiene tantos antecedentes de corrupción que no te atreves a entrar en la cocina dejándolo solo en el recibidor: al volver te pueden faltar las alhajas de la abuela, la plata, el televisor de plasma, la cadena de sonido, los cuadros y hasta los regalos de la comunión del niño.