Como es sabido, la Constitución soberanista que se ha dado en llamar “proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña”, con sus 218 artículos, es más extensa que la Constitución de Corea del Norte, que sólo tiene 166. También supera a la de China (138 artículos), Cuba (137), Laos (80) e Irán (177), países bastante inclinados a regular múltiples aspectos de la vida de sus súbditos. En un alarde de contención, el misterioso Bután se queda en 34 artículos. Burundi, más ambicioso, se alarga hasta los 189. Seguramente los ponentes de la Constitución llamada Estatuto querían demostrar que la tenían más larga que España, que desde luego no es manca con sus 169 artículos.
Si querían alumbrar una nación fuerte, los del Parque de la Ciudadela deberían haber confeccionado una cosa de siete artículos que perdurara siglos. En fin, aquí faltan lecturas. Pero caramba, si a los 218 artículos les suman las diecinueve disposiciones (entre adicionales, transitorias y finales) y los diez principios bien numeraditos con los que se cierra el preámbulo, nos vamos al cuarto de millar de preceptos. Sea cual sea el contenido, la cantidad ya mosquea, desconcierta, agobia. ¿Por qué no mil quinientos, o quince mil trescientos?
Quiere Maragall que ese decálogo del preámbulo lo aprendan de memoria los escolares catalanes. Cuando supe de tales deseos de programación de la infancia, me vino a la memoria aquella canción del álbum The Wall, de Pink Floyd: … We don’t need, no, thought control… Teacher, leave the kids alone… Otro ladrillo en el muro. Recitarán los chiquitines: Primero, Cataluña es una nación. (¿Por qué no se lo tatúan a los párvulos?) Segundo, la Generalidad restablecida en 1931 nunca ha dejado de existir, en tierra propia o en el exilio, gracias a la tenacidad de nuestro pueblo y a la fidelidad de sus dirigentes. Hay que detenerse aquí. Si existe una continuidad histórica entre la Generalidad de 1931 y la actual es porque quisieron Adolfo Suárez y Josep Tarradellas, a estos efectos el único dirigente catalán tenaz y el único fiel, pues a la izquierda catalana en pleno le reventaba el anciano exiliado al que nadie hacía puñetero caso desde hacía décadas, más allá de dos o tres personajes catalanes ligados al franquismo. ¿O es que Sentís era bolchevique?