Habría que ser francamente obtuso y realmente poco generoso para no reconocer que este 25 de septiembre de 2005 pasará a los anales de la historia del deporte español. Vaya desde aquí la más sincera felicitación para Fernando Alonso, nuevo y flamante campeón del mundo de Fórmula Uno, especialidad en la que nunca hubo compatriotas nuestros con la habilidad suficiente, el dinero imprescindible o el motor necesario para subir a lo más alto del cajón. En el caso del jovencísimo piloto asturiano se reunieron todos esos requisitos y en el circuito brasileño de Interlagos, ante una afición que si presume de saber de algo es precisamente de fútbol y de Fórmula Uno, Alonso cerró la cuenta atrás iniciada hace algunos meses. Era ésta una noticia esperada por todos, pero no por ello menos ilusionante.
Todo el mundo coincide en que, si es realmente cierto que los campeonísimos han de tener un descubridor y no acaban por descubrirse a sí mismos, en el caso de Fernando Alonso ese ha sido Adrián Campos, uno de los pilotos españoles que luchó a brazo partido por ese deporte. Hace un rato contaba Adrián que lo que más le llamó la atención de Alonso desde el primer momento fue su tremenda seguridad. La primera vez que se subió a un Minardi, el coche se le caló tres veces seguidas. "Subió el dedo y me dirigí a él para animarle, pero enseguida me pidió que fuera un mecánico. Le dijo que él estaba haciendo las cosas bien y que algo fallaba en el monoplaza, y efectivamente era así".