Quintana promete. Por lo visto, ya lo decía Fraga y de ser así, el ojo político de don Manuel no habría errado esta vez. Con Quintana al mando, el Bloque fue el gran perdedor de las gallegas y, ya ven, ahora ocupa la vicepresidencia de la Xunta; vicepresidencia única, apostillan, para darle más ringorrango. Pues el PSOE, que tampoco ganó, debe rendirle pleitesía al socio. Tanta que cuando una diputada socialista le chafó a Quin el numerito del “salario de la libertad” para las maltratadas, por estar de hecho incluido en la ley que no acaba con la violencia, la mujer fue desautorizada por sus jefes y obligada a disculparse. Paridad sí, pero las mujeres, calladitas.
Aparte de la vicepresidencia, Quintana se ocupa de Igualdad y Bienestar, y viaja por Galicia repartiendo promesas, de modo que no debe de tener tiempo para la letra pequeña de las leyes. Y la letra de las grandes leyes, como la Constitución, no piensa respetarla. Hubo un tiempo en que Fraga hablaba de la lealtad del Bloque a la Carta Magna, pero ese tiempo, si existió, ha acabado. Rodríguez abrió la ventana para la defenestración del pacto del 78 y con ella, una oportunidad de oro para un partido cuya creencia matriz consiste en considerar a Galicia como una colonia de España.
Pero volvamos a Quin, la promesa, que ganó su fama haciendo “el milagro de Allariz”, para el que no hubo de multiplicar panes ni peces, sino invertir la guita que le daban la Unión Europea y el gobierno del PP. En una entrevista con La Razón acaba de decir que las reformas de los Estatutos deben abocar al reconocimiento de que España no es “una única nación”, sino que está compuesta de “muchas naciones”. Claro que no dice España, sino Estado español, uno de los últimos vestigios del franquismo en el lenguaje político.
Esto de “muchas” da una medida de la promesa Quintana. En el “acuerdo sobre bases programáticas para la acción de gobierno”, que así se titula el pacto del bipartito gallego, se reconoce por ambos socios “el carácter nacional” de Galicia, “dentro de un Estado que avanza hacia una configuración plurinacional, pluricultural y plurilingüística”. Tanto pluri se atraganta, así que el joven Quin lo amplía o lo reduce, según se mire, a “muchas”. ¿Cuántas? He ahí la cuestión.
De momento, sabemos que una de esas naciones no es Murcia. Él mismo lo explicó en el debate de investidura. Gallegos y murcianos son “iguales”, y hasta “tienen los mismos derechos”. Menos mal. Pero “a nivel colectivo, Galicia no es como Murcia”. De nada les ha valido a los murcianos haber proclamado su “nación” durante la I República. Llegó la Logse, se tragó enteritas las hazañas de los cantonales, y los nacionalistas gallegos, como sus mayores catalanes, utilizan a Murcia como paradigma contra el que definirse. Raro será que los murcianos no exijan algún día un desagravio.