La iniquidad de José Luis Rodríguez Zapatero parece no conocer límites. En su discurso ante las Naciones Unidas dijo, nada menos: “El terrorismo no tiene justificación. No tiene justificación, como la peste; pero como ocurre con la peste, se puede y se deben conocer sus raíces; se puede y se debe pensar racionalmente cómo se produce, cómo crece, para combatirlo racionalmente.”
Según la terrible comparación zapateril, el terrorismo es como una enfermedad. Un fenómeno negativo, mortífero, sí, pero natural. Si la bacteria de la peste se le mete a uno en el cuerpo, ¿Qué le va a hacer? “Me subió la fiebre y se colocó una bomba en Madrid conmigo presente”, podrían haber dicho los autores del 11-M. “Comencé a toser y a esputar sangre, y mi cuerpo empezó a moverse hasta que se disparó la pistola alojada en mi mano”, podría decir uno de los asesinos y las asesinas de ETA. Una fiebre. Una secreción. Un síntoma.
Reacciones sin voluntad, que se producen como consecuencia de la pobreza, que Zapatero llama “injusticia”. La pobreza no es solo carencia de los medios básicos para la vida. En su código ético la pobreza es un virus que lleva involuntariamente a (pseudo)personas a matar a sus semejantes. Pseudo, porque las personas de verdad tienen voluntad, actúan según les dicta su conciencia y toman decisiones en función de lo que creen más adecuado. Zapatero cae en ese prejuicio progre de que los pobres no saben lo que se hacen y no actúan por sí mismos. Todo ello es un Insulto a las víctimas.