Nunca es fácil la neutralidad espiritual, pero debemos intentarla, cuando hay que caracterizar al cristianismo en un mundo fracturado por el relativismo. Leámoslo con profunda ironía, en cierto sentido con irresponsabilidad inauténtica, si no queremos que su inmenso poder espiritual crezca hasta el infinito en un Occidente sin espíritu. Miremos honradamente a lo sucedido en la ciudad de Colonia. Miremos limpiamente a Colonia para decir: la Iglesia católica no está vacía. Más de un millón de personas acompañaron al Papa en Alemania. Un millón de católicos, una multitud, un dato numérico para los sociólogos de la evidencia, demuestra la falsedad del título de esta crónica. La Iglesia, pues, no está vacía. El Papa Benedicto XVI ha vuelto a mostrar que la Iglesia o está llena o no es. Esa herencia de Juan Pablo II ha sido administrarla por el nuevo Pontífice con prudencia y rigor en los actos de Colonia.
El Papa alemán no ha hecho ostentación de esa multitud cristiana. Era imposible que la hiciera. Él no se dirigía a la masa sino a las personas. Su manera de hablar y el contenido de sus homilías no estaban dirigidos a multitudes sino a personas concretas, a singularidades individuales, que forman parte de la pluralidad humana. El Papa se dirigía a cada uno de los cristianos. Jamás a la muchedumbre cristiana. Pero, este Papa, como hiciera de modo ejemplar Juan Pablo II, ha proseguido la tendencia, a veces olvidada por una “modernista” jerarquía eclesiástica, a la convocatoria de grandes multitudes. Esa tendencia eclesiástica siempre fue alimentada por la vieja y falsa profecía, utilizada durante el siglo veinte hasta el hartazgo, que anunciaba la decadencia y muerte de la Iglesia bajo el estigma Ecclesia depopulata.