No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor comentarista que el que no quiere enterarse de la realidad. Los argumentos están cerrados, el análisis es tan claro como meridiano: toda la culpa es de Estados Unidos y de sus adláteres que, para más inri, quieren aprovechar la amenaza que se han inventado para limitar las libertades.
Si se produce un atentado en Madrid, es porque Aznar estuvo en las Azores. Si ocurre en Londres es porque Blair además de visitar las Azores estuvo en la invasión de Irak. Si donde golpean es en Egipto es porque Mubarak es un fiel aliado de Estados Unidos, aunque estuvo en contra de la Guerra de Irak. Siempre hallarán un argumento, por rocambolesco que resulte, para obviar lo evidente, que los islamistas odian Occidente y harán todo lo que esté a su alcance para humillar y destruir una civilización que les “contamina”. Para ello contarán con la colaboración –consciente, semiconsciente o inconsciente– de todos aquellos europeos que también odian Occidente, que son muchos, y están dispuestos a socavar sus cimientos, tan antiguos como reaccionarios.
Ya tienen un nuevo tema para discutir, las declaraciones del Presidente del Consejo General del Poder Judicial sobre las medidas antiterroristas adoptadas en el Reino Unido. Lo que ha dicho es de puro sentido común, pero resulta intolerable para quien considera que seguridad y libertad son términos antitéticos: o uno u otro. La realidad es exactamente la contraria: no hay uno sin el otro. No hay libertad sin seguridad. En Londres se ha producido una merma de libertad ante el miedo, fundado, de que tomar un metro o un autobús suponga la muerte. Para restablecer esa libertad es necesario incrementar la seguridad. A mayor seguridad mayor libertad.
