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Victor D. Hanson

Disparates elegantes

Los artistas asumen equivocadamente que su fama, dinero e influencia surgen a raíz de su amplio conocimiento en lugar de su talento natural, la apariencia física o la maestría de una pequeña habilidad.

Hace casi 24 siglos, Platón advertía que no confundiésemos talento artístico nato con educación o inteligencia.
 
El filósofo se preocupaba de que los lazos emocionales que podemos forjar con buenos actores también puede permitir que esos imitadores tuviesen demasiada influencia en temas en los cuales eran a menudo ignorantes.
 
Ahora sentiría vergüenza ajena de ver que el graduado de secundaria Sean Penn saca partido a su fama mundial por la película “Aquel excitante curso” para hacerse pasar por informado comentarista en las elecciones iraníes.
 
Y tenemos después a Robert Redford, que alguna vez hizo de Bob Woodward en “Todos los hombres del presidente” y aparentemente sigue creyendo que ese papel lo convirtió en un experimentado periodista de investigación estilo Washington Post de la época del Watergate. En estos días, Redford reprende a los periodistas para que ataquen a George W. Bush, sin inmutarse siquiera por el hecho que al verdadero periodista Dan Rather se le acabó la carrera precisamente por ese obsesivo empeño.
 
Por supuesto que Redford y Penn no son los únicos artistas que pretenden pasar por hombres sabios y moralizadores que nos sermonean acerca de las maldades de la Administración Bush.
 
Estados Unidos se cargó a los talibanes en 7 semanas, a Sadam en 3 y a pesar de una difícil insurrección, hay un gobierno democrático en Irak. Pero el héroe de películas de acción George Clooney pontifica: “Ya no podemos ganarle a nadie”.
 
Ben Laden declaró abierta la temporada de caza de americanos durante la Administración Clinton, mucho antes del 11-S, Afganistán e Irak. Pero Sheryl Crow nos anuncia que “La mejor manera de resolver los problemas es no teniendo enemigos” como si su genio musical pudiese traducirse en conocimiento profundo sobre el islam radical.
 
Richard Gere famoso por “Chacal” formuló lo siguiente: “Si usted puede ver (a los terroristas) como un pariente peligrosamente enfermo y al que hay que darle su medicina, esa medicina es el amor y la compasión. No hay nada mejor”.
 
Cher canta con frecuencia acerca de perdedores así es que tiró de su perspicacia artística para compartir con nosotros su complejo retrato del Presidente: “No me gusta Bush. No confío en él. No me gusta su historial. Es un estúpido. Es un holgazán”.
 
¿Qué es lo inquietante sobre nuestras celebridades de izquierda sermoneándonos acerca de lo que ha ido mal desde el 11-S? Nada, siempre y cuando nos percatemos por qué lo hacen.
 
Los artistas asumen equivocadamente que su fama, dinero e influencia surgen a raíz de su amplio conocimiento en lugar de su talento natural, la apariencia física o la maestría de una pequeña habilidad.
 
Veamos, en realidad ¿qué es lo que tiene en común un Richard Gere, un Robert Redford o una Madonna además de vociferar contra la Administración actual? Todos ellos o bien dejaron la universidad o nunca fueron. Cher podrá pensar que George Bush es “estúpido” pero ella –no él– ni siquiera acabó la enseñanza secundaria.
 
Si estos aparentes autodidactas no tienen títulos, ¿no estarán por lo menos bien informados? No siempre. Justo antes de la guerra de Irak, Barbra Streisand hizo una declaración muy enfadada asegurándonos que Sadam Hussein era el dictador de Irán...
 
Segundo, el remordimiento de culpa progre por su estatus real explica por qué los artistas de izquierda avasallan en número a las pocas celebridades conservadoras que hay. Farisaicos sermones públicos proporcionan una manera barata de reconciliar su insólito privilegio con su supuesto igualitarismo. Los rockeros británicos atraen legiones de abogados para evadir impuestos, pero desfilan en conciertos hiperpublicitados para avergonzar a los gobiernos y presionarlos a que envíen miles de millones de dólares de los ciudadanos contribuyentes para “acabar con la pobreza” en África.
 
Semejantes demostraciones públicas de solidaridad sirven de tapadera a estos capitalistas de pelo largo, o en el caso de una empobrecida África, para no tener que preocuparse de casos difíciles en este complicado mundo como el caso del cleptócrata de Zimbabwe Robert Mugabe que simplemente arrasó con los hogares de un millón y medio de personas de su propia gente.
 
Tercero, las celebridades han perdido contacto con la realidad, ésa del trágico mundo fuera de Malibú y Beverly Hills que no puede ser tan fácilmente manipulada para que siga un guión o que tenga un final feliz.
 
Por eso, un exasperado Danny Glover, Martín Sheen et al publicaron recientemente un anuncio en la revista del gremio Variety en la que se lamentaban que las niñeras extranjeras ilegales de Hollywood no podrían sacarse el carné de conducir para poder llevar el coche a sus mansiones. ¿Pero, cómo se atreven los votantes de California negarles esos carnés a aquellos que quebrantan la ley para servir tan noblemente a los encumbrados?
 
Cuarto, los megáfonos de Hollywood no tienen un buen historial de persuasión política. Mientras Stalin y después Mao mataban a millones, muchos actores seguían predicando que el comunismo ofrecía una utopía socialista. Jane Fonda fue al Hanoi enemigo para prestar publicidad atractiva a los vietnamitas comunistas pero era ignorante de su historial documentado de asesinatos y autocracia.
 
Si los actores y artistas jubilados quieren convertirse en políticos –vieja tradición desde la Emperatriz Theodora a Ronald Reagan, Jesse Ventura y Arnold Schwarzenegger– dejemos que presenten su candidatura y que aguanten en la campaña el interrogatorio de los electores. De cualquier otra manera, su fama sólo es usada para dar crédito a tontos delirios que si fueran hechos por cualquier otra persona nunca verían la luz del día.
 
Respecto a esto, podríamos aprender nuevamente de los griegos. Ellos pensaban que los dramaturgos Sófocles y Eurípides eran brillantes pero no que lo fueran los simples actores que representaban sus obras.

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