“Somos parte del llamado orden mundial”, escribió alguien con un raro concepto del orden en el PC de El Chino, tras las elecciones generales. El Chino, Jamal Ahmidan, traficante de drogas marroquí, difícilmente puede haberse dado al análisis político. Quizá la reflexión se deba a Serhane Fakhet, El Tunecino, con un gran ascendiente sobre aquel. Al Chino le tocó montar el operativo. Llevó la dinamita de Asturias a Madrid en su Volkswagen Golf, siendo parado y multado por la Guardia Civil, que no comprobó su matrícula. Alquiló la casa donde se montaron las bombas, lugar visitado por la Guardia Civil antes y después de los atentados, sin que sus responsables informaran a la célula de crisis creada por el gobierno Aznar. El Chino, como El Tunecino, murió en la explosión de la casa de Leganés.
“Nosotros cambiamos estados”, se ufana el analista/terrorista. Y añade: “el factor tiempo era muy importante para poner fin al Gobierno del innoble Aznar”. Más allá de lo de innoble, lo importante de esta frase es que constituye la prueba definitiva de lo que ya sabíamos. El timing de los atentados y de su reivindicación encajaban demasiado sospechosamente con el calendario (con el horario) electoral. Hasta pasadas las once de la noche del 13 de marzo, Aznar no tuvo la traducción de la cinta de vídeo que imponía definitivamente la tesis islamista.
¿Cómo sabían los terroristas que el electorado español se apartaría de su gobierno en vez de apoyarlo, que es lo normal? ¿Qué profundos conocimientos de la política española les permitieron conectar con la pulsión que llevó a tanta gente a asediar las sedes del PP con la cobertura y presión urgente de poderosos medios?