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José Carlos Rodríguez

Un mar de ignominias

¿Es que el cursi discurso del presidente Rodríguez no puede combinar las palabras “el derecho a la vida es inalienable y todo ataque al mismo ha de merecer la máxima condena”?

José Luis Rodríguez Zapatero ha perpetrado un artículo que resume el pensamiento vano y desinformado ante la realidad del terrorismo e inmoral ante el aspecto más trascendente del mismo. Nosotros estamos acostumbrados a sus naderías, pero ahora son los lectores del Financial Times quienes tienen que llevarse las manos a la cara para tapar su rubor. El que le falta a nuestro presidente.
 
De acuerdo con el presidente Rodríguez, hay una causa para el terrorismo. Y es que nace en un “mar de injusticias”, que en su código ético sin artículos equivale a “enormes desigualdades”. La desigualdad económica, en sí, no es injusta. Y no es ni puede ser un criterio ético. Pero nuestro presidente identifica desigualdades con injusticia, una equivalencia moralmente perversa en la que Rodríguez sólo sigue a la carencia de verdaderos criterios éticos de la izquierda.
 
Veamos si no qué presupone igualar injusticia con desigualdad y achacar a ésta la causa del terrorismo. Si el terrorismo no es un comportamiento voluntariamente elegido sino la consecuencia de una causa externa, en este caso las desigualdades, “caer” en él es como deslizarse por un barranco. Un hecho desafortunado, pero sin implicaciones éticas. El terrorismo sería como el moho en el queso. Una secreción no deseada consecuencia de unas condiciones objetivas. Un corolario de esa forma de pensar consiste en vaciar de contenido ético un comportamiento como acabar con la vida de un ser humano. No es ya que sea un error: no hay causas externas objetivas del comportamiento, porque sean cuales fueren las circunstancias, nosotros siempre tenemos la posibilidad de actuar moralmente. No solo es un error; vaciar de contenido ético ciertos comportamientos humanos, especialmente unos tan execrables, es cuando menos una debilidad moral ante ellos cuando no algo peor.
 
Decir que “nada puede justificar el terrorismo” no añade nada, si por otro lado se rebaja su condena ética al máximo, haciéndolo lógica consecuencia de ciertas condiciones sociales. ¿Tan difícil es decir que cualquier acción de violencia ofensiva es moralmente repugnante? ¿Es que el cursi discurso del presidente Rodríguez no puede combinar las palabras “el derecho a la vida es inalienable y todo ataque al mismo ha de merecer la máxima condena”? Claro, que si dijera eso para luego añadir que está dispuesto a negociar con los asesinos, esas condenas éticas se volverían al instante contra él. Rodríguez prefiere seguir su teoría del terrorismo causado, explicado en fenómenos externos, para prometer que, remozadas las causas, él acabará con el terrorismo. ¿Será ingenuo?
 
Confiado en su inane posición moral, nuestro presidente va más allá y se permite hacer propuestas políticas. Él, que ha decidido permitir el mantenimiento de ETA en el Parlamento Vasco. Él, que propone una negociación con ETA diciendo a los españoles que solo negociará a partir de una súbita e incausada rendición de la banda asesina. Él, propone que sea la ONU quien acabe con el terrorismo. La ONU es sin duda la única opción posible, dada la altura ética de Rodríguez, porque combina a la perfección algunas de sus características. En un envoltorio formalmente neutro, la ONU ha llegado a otorgar la presidencia de la comisión de desarme a Irak y la de derechos humanos a Libia. Grandes palabras sin contenido, eclecticismo en las formas, indiferencia o equidistancia entre asesinos y víctimas. Rodríguez y la ONU comparten muchas cosas.
 
Pero lo peor del artículo del presidente Zapatero es lo que no contiene. Nuestro presidente no ha dejado claro que ninguna acción terrorista torcerá la voluntad de las sociedades libres. Que mil ataques como el de Londres tendrán el mismo efecto que si no se hubiera cometido ninguno, porque las sociedades libres jamás tomarán en consideración las exigencias de quienes quieren acabar con ellas. Y no lo ha dicho porque es la última persona indicada para ello.

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