Hay dos formas de enfrentarse al totalitarismo, cuya expresión más genuina es el terrorismo y, de forma especialmente abyecta e implacable, el terrorismo islámico: como los norteamericanos tras el 11S o como los españoles tras el 11M. Es verosímil esperar que los británicos actúen de forma similar a sus hijos políticos, pero no hay que engañarse: el Espíritu de Munich, es decir, la claudicación de los países occidentales ante la amenaza totalitaria –y no lo es menos el Islam criminal que el nazismo alemán– fue un dúo entre franceses y británicos, entre Daladier y Chamberlain. Y no olvidemos que la voz cantante de esa palinodia la llevó Chamberlain. Los ingleses no son menos miedosos que los españoles, los franceses o los marroquíes. Simplemente, tienen una clase política que, por lo general, ha reaccionado más dignamente que otras ante las amenazas y no ha dudado en ir a la guerra contra quien sea para defender su sistema político, su independencia y su libertad. Pero no siempre ha sido igualmente digna y nada garantiza que lo sea en el futuro. En el futuro de Occidente, nada está garantizado. Todo está amenazado. La libertad nos hace extremadamente débiles en lo material, aunque pueda hacernos moralmente más fuertes. Pero no siempre; no en todas partes.
El problema no está en las trincheras de Irak, aunque también está allí, del mismo modo que el problema de la Guerra de Vietnam no estaba en Hanoi sino en Washington. Los países occidentales tienen fuerza militar de sobra para aplastar y, si llega el caso, exterminar a cualquiera que amenace su supervivencia. Pero la amenaza principal está dentro de la propia civilización occidental, en los que, desde la comodidad de sus poltronas universitarias, periodísticas o políticas promueven el derrotismo y culpan al sistema político en que las víctimas vivían libres de la criminal actuación de quienes los asesinan valiéndose de esa libertad con la evidente y nítida intención de aniquilar nuestro sistema democrático-liberal e imponernos una teocracia islamista que nos devuelva a la condición de esclavos gemebundos, de sumisos siervos medievales de los intemporales ayatolás.